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viernes, marzo 29, 2024
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Caballero del Domingo

Las tortas del rey Alfredo

¡Vago! ¡Inútil! ¡Inservible! La mujer no escatimó improperios contra aquel infeliz. La cabaña estaba llena de humo, la tortas quemadas y el visitante distraído, como si estuviera en otro mundo.

El conquistador y su halcón

La cólera es mala consejera. Envainó la espada, todavía húmeda con la sangre de su halcón favorito; recogió con suavidad el cadáver del ave, montó en su caballo y bajó la colina, afligido, el emperador del Mundo, Gengis Khan.

La gratitud es la memoria del corazón

“No hay deber más necesario, que el de dar las gracias.” Lo dijo Marco Tulio Cicerón (106 a.C.-43 a.C), el Príncipe de los Oradores, como solían llamar -en los últimos años de la República romana- al Padre de la Patria.

Adónde tu vayas, yo iré

Nunca digas adiós. Joven, migrante, pobre, sin hijos y viuda. Una situación difícil para una mujer, allá por el año 1,200 a.C. Rut, era una moabita; se casó con Mahlon, hijo de Noemí; su esposo, Elimelec, y el otro retoño, Quelión, murieron.

Robinson construye un bote

El árbol era un cedro. En su base medía dos metros de ancho; se erguía por casi siete más, hasta romper el aire con sus ramas. Salomón habría deseado varios así, para las columnas del Templo de Jerusalén.

Todo lo que sube, cae

Sepultó a su joven hijo. Colgó las alas, y nunca más volvió a volar. Dédalo es la humildad del sabio; Ícaro, la arrogancia del ignorante. Padre e hijo protagonizaron uno de los más hermosos mitos griegos, por la profundidad de su mensaje.

La decisión de Hércules

Cierto día salió a cumplir un encargo de su padrastro. Hércules era joven y de rostro delicado; a cada paso pensaba en quienes vivían en la molicie y el gozo; mientras él llevaba una vida de trabajo y dolor.

La hija del destino

Cuando abrió los ojos creyó que estaba muerto. Una mujer estaba inclinada a su lado; le vendó la pierna destrozada por una granada y le dio un jarabe, para calmar el dolor. Lo sacaron de la batalla en un desvencijado carromato.

Haz bien sin mirar a quién

Era un león muy fiero. Como imaginamos que son. Androcles, un esclavo, bueno y humilde como una oveja. Los dos llevaban vidas separadas, hasta que la maldad humana los juntó, para que solo uno matara al otro, y sobreviviera.

Por un clavo un reino

¡Un caballo!, ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo! Gritaba con desesperación aquel pobre hombre; pero ni tan miserable, porque era el mismísimo Ricardo III, rey de Inglaterra.
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