Lo vi desde arriba. Clavé con firmeza mis patas en esas gradas que se mueven solas, y uno siente que se va de cabeza. Bajé; me acerqué, parecía de verdad; lo olí, le di una vuelta, como no se movió, lo oriné.
Estaba en un bosque de bambúes, y de pronto, un viejo con barba, vestido con una túnica roja y un saco amarillo a la espalda intentó agarrarme de una pata.
Con estos vientos y fríos paso debajo de las cobijas. Aprovecho el día para masticar algunas ideas; veo la tele y -cuando escucho a los sapiens- reafirmo la inteligencia de los caninos.
Estaba en lo alto del parque y pensé en el buen trato que recibo. Mi manada humana me quiere, consiente y -para ser sincero- a veces abuso. Lo hago de buen instinto, los Schnauzer somos desconfiados; no cualquiera nos cae en gracia.
Los caninos somos animales de costumbres. Eso dicen los humanos de nosotros, pero antes de juzgarnos deberían observar como tienden a repetir lo mismo, en especial cada fin de ese ciclo que ellos llaman año.
Nos fuimos de vacaciones en manada. Me refiero a mi familia perruna; decidimos pasar las fiestas navideñas en una casita de playa, en Esterillos; escuché una vez a Mi Amigo hablar de este lugar tan hermoso.
Estas noches de diciembre están frías y ventosas. Así que me abrigué y nos fuimos al Festival de La Luz; nunca había visto algo semejante, por el colorido, la música y las felices familias humanas.
“Quiero llegar a mi casa y estar con mis perros”. Mi conocimiento de fútbol es poco, pero entiendo bien el lazo entre caninos y humanos; por eso comprendo el deseo de Luis Enrique -entrenador español- por estar con sus perriamigos.
Una mañana de estas llegó un tipo y miró a través de la verja. Yo estaba en el jardín, calentándome los huesos con el calorcito veraniego; lo olí, lo vi, lo sentí y me puse furioso. Ladré, brinqué y corrí para que salieran a ver qué ocurría.
De pronto, el sol salió en forma de balón y un griterío rompió el silencio del amanecer. Estaba bien cobijado en el sofá, viendo con Mi Amigo el partido contra Japón, y me quedé con el hocico abierto.
Rico y famoso a punta de martillo, como Thor. En el camino conoció -tres veces- a Dios, trabó amistad con Jesucristo, partió el pan con el apóstol San Pablo, fue la putiamante de Luis XV, y tuvo tiempo de matar al faraón Tutankamon.