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Imagen tomada de internet

Era un león muy fiero. Como imaginamos que son. Androcles, un esclavo, bueno y humilde como una oveja. Los dos llevaban vidas separadas, hasta que la maldad humana los juntó, para que solo uno matara al otro, y sobreviviera.

Roma, pese a todas las maravillas que cuentan los historiadores, era una sociedad cruel, una palabra que deriva del latín crudelis y significa: “el que goza haciendo sufrir a los demás.” La ciudad era el centro del mundo.

Así como hoy disfrutamos de un espectáculo deportivo o artístico, los romanos acudían al circo para ver luchar a los gladiadores, a estos contra fieras y a estas contra los esclavos, sobre todo los fugados. Era el “show” por excelencia.

En la arena del circo se encontraron Androcles y un león hambriento. Solo que, para sorpresa del público, no hubo pelea entre ellos, más bien se abrazaron y el felino daba lengüetazos al esclavo, y aquel le acariciaba el lomo.

Llevaron al esclavo ante el emperador para explicarle el prodigio. Androcles contó que escapó de su perverso amo; se escondió en una cueva y una noche entró furioso el león. Al principio quedó horrorizado, después notó la causa de su enojo.

Resulta que el felino tenía una espina, larga y filosa, en una pata. Se la sacó y aquel quedó feliz, saltaba como un gatito, lamió sus manos y pies quedaron de amigos, compartían la comida, el agua y llevaban una vida dichosa.

-Yo soy un hombre- comentó el humano, “pero ningún hombre era mi amigo, mi dueño me golpeaba, padecía hambre, frío, humillaciones, y este animal fue amable conmigo y ahora somos como hermanos.”

-¡Vive en libertad! -gritó el emperador. “y liberen al león, para que ambos sean libres. Nadie volvió a saber de ellos.

La anterior narración forma parte de las fábulas de Esopo, un griego quien vivió en el siglo VI a. C., y utilizaba a los animales como protagonistas, para enseñar por medio de moralejas.

Ya de por si la vida de Esopo es toda una historia. Parece que fue esclavo de un filósofo llamado Xanto, quien lo compró en el mercado atraído por su ingenio, y habilidad para ganar una disputa.

El fabulista era jorobado, tartamudo y muy feo. Una vez lo acusaron de robar un cáliz del sagrado templo de Delfos, y lo arrojaron al mar desde un peñasco.

Han pasado más de dos mil años, y la enseñanza de Androcles y el león es tan válida, como cuando la contaron por primera vez.

Los buenos actos tienen recompensa, y la amistad, si es verdadera, lo es para siempre; puede ser que los amigos tengan que separarse, pero la amistad no se acaba; cuando vuelven a verse, en otras circunstancias, florece de nuevo.

Hay personas que no aprecian el bien que reciben; pero eso es problema de ellas. Androcles no pensó en el león, si no en ayudarlo. Demostró generosidad, gratitud, justicia y, quien practica esas virtudes, ya recibió su recompensa.

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