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viernes, julio 26, 2024
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El conquistador y su halcón

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Imagen tomada de internet

La cólera es mala consejera. Envainó la espada, todavía húmeda con la sangre de su halcón favorito; recogió con suavidad el cadáver del ave, montó en su caballo y bajó la colina, afligido, el emperador del Mundo, Gengis Khan.

El Gran Khan, o Temujin (1162-1227), es -probablemente- el más grande conquistador de la historia; fundó -en el siglo 13- un imperio más grande que el griego, romano, español, musulmán o inglés.

A partir de una comunidad de nómadas y amantes de los caballos, Temujin, comenzó a expandirse desde las estepas de Asia Central, y los bosques siberianos, hacia el resto del continente asiático, y unificó a los reinos mongoles vecinos.

El historiador francés, René Grousset, lo describe así: “El héroe mongol permanece como un semidiós, generoso, magnánimo y grandioso, moderado en todo, equilibrado, con un sólido sentido común, y lleno de humanidad.”

Una mañana salió a cabalgar por los bosques, rodeado de sus amigos, sus criados y sus perros. Era una alegre partida de cacería. Pensaban obtener muchas presas, y el Rey llevaba en su muñeca a su halcón favorito.

Desde los cielos el ave divisaba conejos o venados, y veloz como una flecha se lanzaba sobre ellos, a una orden de sus amos. Nadie le ganaba en fidelidad y amistad.

Los cazadores decidieron regresar, y el monarca -quien conocía la zona- siguió el camino largo; cruzó un valle entre montañas y el sol caía sobre él como plomo. Tuvo sed y buscó un manantial para calmarla, pero todos estaban secos.

Al fin, para su alegría, vio agua goteando por una roca; como era temporada de lluvias sabía que había un arroyo más arriba. Siempre corría por ahí un riachuelo caudaloso, pero ahora bajaba una gota por vez.

Sacó de su morral un tazón de plata y trató de llenarlo; tenía mucha sed y cuando intentó tomar el líquido, un rápido aleteo se lo lanzó al piso. El halcón voló y se posó en las rocas, donde estaba el manantial.

El emperador recogió el recipiente, intentó llenarlo y de nuevo el ave revoloteó y lo tiró al piso. Esto molestó al monarca, quien le gritó: “¿Cómo te atreves a actuar así? Si te tuviera entre mis manos te retorcería el cuello.”

Llevó el tazón a las gotas, pero esta vez, sacó su espada y cuando el halcón se acercó, con una rápida estocada lo mató. “Ahora tienes lo que te mereces”, exclamó.

Como se quedó sin el recipiente, decidió escalar la roca y beber directamente el agua del manantial; subió, con mucho esfuerzo, y cuando llegó a la fuente descubrió que en ella yacía, muerta, una venenosa serpiente.

Gengis Khan se detuvo. Olvidó la sed. Solo pensó en el pobre pájaro muerto, y dijo: “El halcón me salvó la vida. ¿Y cómo le pagué? ¡Era mi mejor amigo, y lo he matado!”

Bajó de prisa la montaña, muerto de pesar, porque aprendió una lección muy dura: nunca se debe de actuar impulsado por la furia.

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