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Página Negra: La mujer que vivió un millón de años

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Aaahhhh… ¡Aquel cuerpo!, enfundado en un minúsculo biquini de cuero beige, se grabó con fuego en la imaginación de generaciones de cinéfilos. Loana -alter ego de Raquel Welch- impulsó la explotadora maquinaria sexual de Hollywood.

Solo los misóginos -o los insufribles perfeccionistas- notaban los monstruosos errores de la cinta que la inmortalizó, Hace un millón de años, para denostar a Raquel, y la lúbrica manera en que exhibía su figura en la pantalla.


Todos deseaban ser Tomak -el peludo cavernícola- quien partía lanzas, pedradas y andaba a los revolcones con dinosaurios, tortugas, pterodáctilos, insectos gigantes y una horda de salvajes, con tal de defender a la tosca pelirubia.

Pues bien, el 15 de febrero -justo después de San Valentín- sus admiradores recibieron el batacazo noticioso de que Raquel murió, a los 82 años, en la paz de su alcoba -en Los Ángeles- tras una breve enfermedad.

Es cierto, su filmografía fue irregular y ella carecía de talento, pero sí era una diva, quien superó con éxito tres escollos: ser latina, mujer libre y endiabladamente bella; además de llevar una vida como se le pegó en gana.

Los productores la encasillaron en un papel -fiel a su apodo- “El cuerpo”, y en los años dorados de la liberación sexual, su voluptuosidad natural calzó a la perfección, como oscuro objeto del morbo en una sociedad reprimida.

Para burlar el estricto Código Hays – una serie de normas ultraconservadoras y moralísticas- solo en filmes pseudo históricos o bíblicos podían verse mujeres en ropa ligera, mostrando piernas, muslos, pechos, traseros, y bocas ahítas de lujuria.

Y Raquel era una bomba atómica de pasiones insatisfechas; pronto le dieron papeles menores como colegiala, en Roustabout; prostituta, en La casa de madame, y Hace un millón de años, que en 1966 la catapultó como “sex symbol”.

Con el tiempo evolucionó a un mito erótico; todavía con 76 años interpretó a Celeste -en Cómo ser un latin lover– una octogenaria viuda, quien disfrutaba de intensos escarceos pélvicos con un gigoló que podía ser su nieto.

Tampoco fue una actriz de relleno; figuró junto a los galanes más apetecidos del celuloide -algunos se los echó al saco, con la discreción del caso- como Richard Burton, Jean Paul Belmondo, Frank Sinatra, Robert Wagner o Marcello Mastroianni.

Sacerdotisa del látigo negro

El padre de Raquel, Armando Carlos Tejada, fue un ingeniero aeronáutico boliviano; en Chicago conoció a Josephine Sarah Hall. La futura actriz y cantante nació el 5 de setiembre de 1940, y le endosaron Jo Raquel Tejada.

Desde niña quiso ser modelo y salir en la televisión; jovencita desarrolló una figura impresionante, además de exótica por la mezcla de genes. Recibió clases de danza, y pronto se metió en el mundillo de los concursos de belleza.

En la secundaria se ennovió con James Welch, un jovencito con más suerte que inteligencia, y a los 19 años Raquel quedó encinta y debió casarse; antes de los 20 ya tenía dos hijos en la mochila: Damon y Tahnee.

La aventura conyugal duró tres años y solo le quedó su apellido; se fue a Dallas -Texas- donde trabajó como mesera, y posó para varios afiches publicitarios.

Con 23 años aterrizó en Los Ángeles dispuesta a forjarse una carrera en el cine; ahí conoció al agente publicitario Patrick Curtis, quien la convenció de conservar el apellido Welch, y ocultar sus orígenes latinos.

De todos modos Raquel no hablaba ni jota de español, porque sus padres se lo prohibieron.

La boda con Curtis fue en Paris; ella lució un famoso y ceñido vestido de croché blanco. Instalaron su residencia en Beverly Hills, y Welch inició una larga y productiva carrera, aunque estereotipada como bomba sexy.

Participó en Bandoleros, la Dama del Cementerio, Animal, Myra Breckinridge, y en todos debía salir en biquini, a veces con diálogos cortos, pero sin salirse de su papel de hembra ardiente.

Los chismosos aseguran que Curtis era un antipático; como fuera lo fletó, y en 1989 se casó con André Weinfield, con quien duró un año; pasó diez años sin perro que le ladrara, y en 1999 se casó con Richard Palmer, 20 años menor.

Desde el 2011, con 71 años no volvió a emparejarse, y dijo: “He tenido muchos hombres a mi lado, pero nunca los necesité para que me diesen autoestima. Soy empresaria, fui madre soltera y me considero independiente”.

Comer, beber y amar

La vida sentimental de Raquel fue bastante agitada; recién casada se fue a España a filmar 100 Rifles; apenas llegó al aeropuerto tuvo un encontronazo con un periodista impertinente, y le lanzó una botella a la cabeza.

Durante el rodaje mantuvo un “affaire” con el actor Sancho Gracia; al marido de la diva no le hizo ninguna gracia el amor de temporada, y persiguió al españolete a punta de pistola por el hotel Aguadulce, donde se alojaba la casquivana.

En ese mismo rodaje -pero sin que Curtis se diera cuenta- tuvo un abrebocas con Aldo Sambrell, otro colega ibérico.

Descarada y espléndida recordaba con desdén a sus conquistas. “Nunca he presumido de amantes famosos, pese a haber conocido a algunos de los hombres más deseados del planeta, pero no voy por la vida contando mis intimidades”.

Esos devaneos reposan con Raquel en su tumba. Reconoció que se le “caían las babas” por Frank Sinatra, pero detestaba a la corte de aduladores que lo rodeaban, y “era muy difícil encajar en un mundo tan poblado como el suyo”.

A Richard Burton lo consideraba un “misil guiado por el calor. Un romántico incurable, pero lastrado por el choque de egos con Elizabeth Taylor.

Los gringos siempre han tenido fijación por los iconos sexuales, pero Raquel nunca quiso ese rol.

“Mi padre maltrataba a mi madre y por eso decidí que mis relaciones con los hombres no estarían basadas en la sumisión”, reconoció en su autobiografía -del 2010- “Raquel: Más allá del escote”.

Montó su propio programa de salud y belleza –Total Beauty and Fitness-. desarrolló una línea de pelucas, postizos y extensiones; todo combinado con una vasta carrera de 60 películas.

Guapa hasta el último de sus días, aseguraba que era un mito que los hombres envejecían mejor que las mujeres; “me cuido sin matarme” -aconsejó-, salvo una corrección en la nariz, el cuerpazo se lo debía a la dieta y al yoga.

Pudo reconciliarse con sus orígenes latinos; visitó Santa Cruz de la Sierra para conocer a sus familiares bolivianos, y superó el “vacío” que le impusieron en Hollywood, donde la diversidad solo es bien vista como negocio, no como ideología.

The New York Times, publicó en 1967, que ella era “un maravilloso monumento vivo a las mujeres”, y Playboy la declaró “la mujer más deseada de los años 1970”.

Ella era más que un objeto sexual, o una jovencita que tuvo suerte, en unas circunstancias disparatadas; Raquel Welch siempre fue más interesante que una mujer prehistórica en biquini.



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