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jueves, abril 25, 2024
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Los descendientes de los pueblos autóctonos de Japón recuperan su identidad

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Imagen por Yuichi YAMAZAKI

Biratori, Japón | AFP    En medio de un bosque de la isla japonesa de Hokkaido, Atsushi Monbetsu se arrodilla sobre la maleza y reza en la lengua casi desaparecida de los ainus, uno de los pueblos autóctonos del archipiélago.

“Kamui”, dice, dirigiéndose a las divinidades ainus, “un ainu entra en su bosque y desea cazar el ciervo”.

Localiza rápidamente un pequeño grupo de ciervos y mata uno con su fusil y luego, arrodillado en la tierra, coloca sus manos frente al animal, con las palmas dirigidas al cielo y las agita de abajo hacia arriba para enviar su alma “al país de los kamui”.

Los ainus vivían tradicionalmente en las islas actualmente compartidas entre el norte de Japón y Rusia, y comerciaban con los japoneses, a los que llamaban “Wajin”.

Pero en 1869, el imperio de Japón anexó los territorios ainus en Hokkaido y prohibió las prácticas consideradas “bárbaras”, como los tatuajes faciales de las mujeres, obligando a los ainus a abandonar la caza tradicional y a adoptar nombres japoneses.

Japón solo los reconoció oficialmente como pueblo autóctono en 2019, tras generaciones de políticas de integración forzada que dejaron profundas cicatrices: cuando Atsushi Monbetsu era niño, la vergüenza de sus orígenes era tan fuerte que su madre le prohibía utilizar la palabra “ainu”.

“Aun hoy detesto a veces mi apariencia, tan obviamente ainu”, dice Monbetsu, de 40 años y que luce la tradicional barba poblada de ese pueblo.

Como un número creciente de jóvenes descendientes de las comunidades autóctonas de Japón, recuperó su identidad y algunas de las prácticas tradicionales que él considera como un “derecho de nacimiento”.

Según las creencias animistas de los ainus, los “kamui” viven en cada animal, árbol, río, hasta en los instrumentos y cañas de pescar. 

“Viviendo solo de lo que uno caza en la naturaleza, uno se vuelve humilde, se siente que debemos la vida a los kamui”, dice.

– Burlas –

Tomoya Okamoto también ocultó durante mucho tiempo sus orígenes, incluso a sus amigos, temiendo las burlas.

Pero con el tiempo, este joven de 25 años cambió de opinión, en parte gracias a la popularidad del manga “Golden Kamui”, que describe la cultura ainu.

Convencido de que el modo de vida de los ainus concuerda con las actuales preocupaciones medioambientales de las sociedades modernas, se convirtió en escultor de artesanía tradicional, buscando “proteger la cultura ainu”.

Al menos 13.000 ainus viven en Japón, según el último censo en Hokkaido, en 2017. Un número probablemente subestimado a causa de los matrimonios mixtos y la reticencia de algunos a revelar sus orígenes.

A miles de kilómetros de ahí, en el archipiélago de Okinawa, en la punta sur de Japón, es aun más difícil realizar el censo de la población del otro principal pueblo autóctono de Japón, que el gobierno no reconoce oficialmente.

Se estima sin embargo que la mayoría de los 1,5 millones de habitantes de Okinawa son de ascendencia ryukyu.

El reino de Ryukyu estaba conformado antes de su anexión por una cadena de islas que en la actualidad están compartidas entre los departamentos japoneses de Okinawa y Kagoshima.

Cuando ese reino fue formalmente anexado por Japón en 1879, las autoridades prohibieron las lenguas locales y aplicaron un proceso de asimilación forzada aun más implacable que en Hokkaido.

“Fueron aplicadas políticas para enseñar [al pueblo ryukyu] la lengua japonesa, exigir su lealtad y finalmente hacerlos combatir” bajo la bandera nipona, dice Eiji Oguma, sociólogo de la universidad Keio de Tokio.

– “Sentimientos complejos” –

Aunque en Hokkaido poca gente habla de manera fluida la lengua ainu, en Okinawa los viejos tratan de transmitir las diferentes lenguas autóctonas a las jóvenes generaciones. 

Esas lenguas no se enseñan en la escuela y los descendientes del pueblo Ryukyu, como el rapero okinawense Ritto Maehara, las hablan con dificultad pese a la reciente proliferación de libros y videos en YouTube para enseñarlas.

“Eso me pone triste, pues no puedo hablar y comprender tanto como quisiera”, dice a la AFP el artista de 38 años, que utiliza en sus textos palabras ryukyu para describir la vida en el departamento más pobre de Japón.

La identidad ryukyu estuvo marcada por la sangrienta historia de la Segunda Guerra Mundial, cuando una cuarta parte de la población murió en la batalla de Okinawa en 1945, entre ellos muchos civiles, masacrados o forzados a suicidios colectivos.

Pero la ocupación de las islas después de la guerra por parte de Estados Unidos y la presencia de bases militares estadounidenses en Okinawa hizo evolucionar el sentimiento de una parte de los habitantes a favor de un retorno bajo dominio japonés, efectivo desde 1972.

“Honestamente, Okinawa tiene muchos sentimientos complejos”, dice Ritto Maehara. “Solo desde hace poco puedo decir que estoy orgulloso de ser japonés”.

Muchos habitantes del departamento experimentaron crisis de identidad similares, dice Hiroshi Komatsu, investigador en el centro de estudios Asia-Pacífico de la universidad Seikei en Tokio.

Cuando esas islas se convirtieron en destino turístico popular entre los japoneses en los años 1990, “muchos jóvenes okinawaenses se dieron cuenta que no sabían lo que era de verdad Okinawa”. 

Comenzaron a buscar respuestas de diversas maneras como la lingüística o el artesanado tradicional, agrega.

– Transmitir la identidad –

Le “bingata”, técnica local de pintura tradicional a mano sobre textil, era muy usada por la nobleza de las islas Ryukyu con sus colores relucientes y sus  motivos inspirados en la fauna y la flora locales, pero estuvo a punto de desaparecer tras la anexión por Japón, el exilio del rey de los Ryukyu y la guerra.

En la batalla de Okinawa, “la gente perdió todo, pero querían aun ver los colores y las flores de Okinawa”, dijo a la AFP el artesano local Toma Chinen, heredero de una de las tres familias que fabricaban los tejidos bingata para la alta sociedad de los Ryukyu.

“Recuperaron sábanas o telas de paracaídas abandonadas por el ejército estadounidense y las pintaron” utilizando quinina, un medicamento tradicional contra el paludismo, para obtener el amarillo característico del bingata”, dice Chinen.

El joven de 33 años conserva esta artesanía ancestral.

Los jóvenes japoneses que descienden de los pueblos autóctonos del archipiélago están cada vez más cómodos con su identidad y sus tradiciones, y muchos piensan que el gobierno nipón no los apoya suficientemente.

El pueblo donde vive Atsushi Monbetsu en Hokkaido cuenta también con centros culturales y museos subvencionados pero varios  lugares ainus considerados sagrados no son reconocidos, e inclusive uno de ellos recibe desechos industriales.

Para perpetuar la herencia cultural ainu, este padre de tres hijos trabaja con los ancianos de la comunidad para registrar ritos y tradiciones, que él espera dominar y enseñar, “para que las jóvenes generaciones puedan transmitirlas a su vez”.




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