Aaahhhh… ¡Aquel cuerpo!, enfundado en un minúsculo biquini de cuero beige, se grabó con fuego en la imaginación de generaciones de cinéfilos. Loana -alter ego de Raquel Welch- impulsó la explotadora maquinaria sexual de Hollywood.
Tomó su mano y la apretó tres veces. Como una fruta, que se agrega al carrito de compras en el super; el profeta la eligió a ella, para engrosar su harem divino. Fue un matrimonio espiritual, ordenado por Dios, a su vicario en la Tierra.
Rico y famoso a punta de martillo, como Thor. En el camino conoció -tres veces- a Dios, trabó amistad con Jesucristo, partió el pan con el apóstol San Pablo, fue la putiamante de Luis XV, y tuvo tiempo de matar al faraón Tutankamon.
Los marutas eran descartables. Entraban vivos a la Unidad 731, y salían muertos; a veces enteros, en otras, en partes. Desde al aire parecía un viejo aserradero, en realidad era un laboratorio infernal.
Desaliñado, sucio, sórdido, rebelde. Su vida es una fábula; pasó de seductor en los años 80, a boxeador en los 90, y desde hace medio siglo, un gran actor empeñado en autodestruirse.
Chocó con muchas paredes y árboles. Vivió poco, 54 años; llevó una existencia azarosa. Lidió con la sombra de su afamado padre, las adicciones, los matrimonios fallidos, y el suicidio de uno de sus cuatro hijos, Benjamin, de 27 años.
Sexo, buena música, drogas y celebridades. Los cuatro jinetes del Apocalipsis se reunían todas las noches en Studio 54, la mítica discoteca neoyorkina de los años 70, donde esnifar cocaína era tan natural, como respirar.
Creyó que no servía para el fútbol, y nunca haría una carrera en ese deporte. A punta de pases, regates, gambetas y goles fundó una dinastía balompédica; y fue actor, cantante y promovió su nombre como la primera marca planetaria.
Quiso escapar de sí mismo. ¡Fue imposible! Comenzó su carrera como un asesino de niñas; gracias a su cara redonda, su escasa estatura, su andar de pirata cojo, y aquellos ojos enormes, expresivos y saltones; parecía un sapo mojado.
Ideas retorcidas y trenzas ceñidas. A los cinco años tenía ante sí una carrera prometedora; pero las frustraciones amorosas juveniles, sus escarceos con un actor porno y con el mundo de las drogas, frustraron aquellos anhelos infantiles.