Fue el final de una época. Para algunos la más extraordinaria de todas, donde fueron establecidas las bases de la civilización occidental; su influencia -como sea- llega hasta nuestros días, y afecta las acciones más pequeñas de la vida.
La recién llegada la atrapó en sus brazos. Despertó su alma del mundo oscuro en que vivía. Ella le enseñó que todas las cosas tienen un nombre, y que cada nombre engendra un pensamiento.
Deleite, ornamento, capacitación. Esas son las ventajas del estudio, según Francis Bacon (1561-1626); científico, ensayista y político inglés del siglo 16.
Anduvo en boca de todos, por una canción. Práctico, barato, durable, pero sobre todo humilde; lo presentaron como un objeto desechable, que solo servía para algo tan simple, como dar la hora.
Ninguna cantidad era suficiente: entre más tenía, más quería. Por eso Pajom, un campesino ruso, viajó hasta la lejana región de los bashkirios y adquirir toda la tierra posible.
La madre leyó la carta del maestro. “Su hijo es un genio, esta escuela es muy pequeña para él y no tenemos buenos maestros para enseñarlo, por favor enséñele usted”. Nancy abrazó al pequeño Edison y siguió el consejo pedagógico.
De poquito en poquito, se llena el tarrito. Si tenemos grandes propósitos, debemos comenzar por realizar bien los más pequeños. Por eso, empecemos el Año Nuevo con algo sencillo: tendiendo la cama.
Al recibir la noticia pensó en dos personas: su mamá, Catalina Elena Sintes; y, su maestro, Louis Germain. A los dos les debía quien era, y, por supuesto, el Premio Nobel de Literatura, otorgado en 1957, por el conjunto de su obra filosófica.