Cuando la pedrada está pal´perro, ni quitándose el tiro. Eso repite Mi Amigo, ante lo inevitable. Pero, a veces, no entiendo a los humanos, con sus extrañas frases.
Los caninos somos ciudadanos del mundo. Las nacionalidades y las fronteras carecen de importancia para nosotros; en eso somos diferentes a los humanos, que tienen un arraigo especial con el país donde nacieron.
Los años pasan; la vida es lo que uno recuerda, para contarla. Eso le ladré a Mi Amigo, un día de estos, mientras lo observaba en sus ejercicios matinales.
La caja tonta siempre me ha llamado la atención. Me refiero a la televisión y a los programas que difunden, sobre todo para las crías de los humanos; entiendo que los padres la usan para distraerlos, como si fuera una chupeta electrónica.
Sin mi permiso, nadie entra a mi casa. Reconozco que soy un posesivo incurable; me eriza los pelos hallar a un extraño en mi espacio y le ladro, para advertirle que se vaya, o se atendrá a las consecuencias.
Antes de que el sol despunte Mi Amigo despierta. Yo, abro el hocico, saco la lengua, bostezo y estiro mis patitas. Retomo el sueño; aún no es hora de levantarme, ni comer, ni salir a callejear. Me echo otra "cabeceadita".
Para aprovechar el largo fin de semana salí de viaje. Apenas oigo decir ¡Vamos!, rompo la marca mundial de 100 metros planos, y en menos de 9 segundos y 58 centésimas estoy en la puerta, jadeando.
Mientras masticaba un huesote, reflexioné sobre la manera en que nos llevamos con los sapiens, y como -en este siglo 21- estamos dejando de ser mascotas, para convertirnos en miembros de la familia humana.