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miércoles, mayo 8, 2024
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Mascotas: Lamer es una manera de querer

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Argos, de la Casa de Ulises

Cuando menos lo espera, le doy un buen lengüetazo por la cara. O si está en pose de ejercicios, le chupo la frente o las piernas; si se va, cuando llega le planto las patas en el pecho, y le paso la lengua por las narices.

Aunque los caninos no sabemos hablar -como los sapiens-, si podemos comunicarnos con ellos mediante ladridos, aullidos o gemidos; también lo hacemos con nuestro particular lenguaje corporal.

Movemos la cola, las orejas, nos frotamos contra sus piernas, vemos a los ojos, nos echamos panza arriba, damos pataditas cariñosas, o mordiscos suavecitos en las manos o pies; si bien, los lengüetazos son nuestros preferidos.

Algunos humanos pueden molestarse por eso, pero nosotros solo lo hacemos con nuestros preferidos, tampoco es que andamos por ahí repartiendo lametones con cualquier extraño.

Una de las razones para hacerlo es conocer a quienes nos topamos, ya sean camaradas o personas; es muy raro que le pasemos la lengua a un gato, a una gallina, o a un animal más grande.

En el caso de los humanos el sabor de su piel nos aporta mucha información; nuestro sentido del gusto está muy desarrollado -tanto como el olfato o el oído-, y con la lengua detectamos su composición química, hormonas y el estado de salud.

Además, el olor de la comida nos atrae y es nuestra manera de pedir alimentos; eso lo aprendimos apenas nacemos, porque nuestra mamá nos pasaba la comida de su hocico, ya digerida.

Hay gente que sabe más rica que otra; y la lengua nunca nos engaña. A nosotros nos gustan los sabores salados; el sudor humano nos jala, más después de que hacen ejercicios.

Así como nos pasamos la lengua por el pelaje, para limpiarnos; también lo hacemos con las personas; sin ofender a nadie, nos gusta darles una repasada por los pies, la cara, las manos, los codos, el cuello y las orejas.

Lamer es una forma de respeto; eso mismo hacen los sapiens cuando besan la mano de una mujer, o se inclinan ante alguna autoridad o un anciano.

En la manada pasamos la lengua al líder del grupo, le demostramos que estamos a su servicio, y nos damos nuestro lugar ante los demás.

Si estamos tensos, ansiosos o nerviosos podemos lamernos las patas, la barriga, incluso mordernos; si un canino se lame mucho, demuestra su desconfianza e inseguridad.

Como todo en exceso cansa, a veces hay canes que abusan y pasan en una pura “lengueteadera”; es mejor estar atentos a esas conductas compulsivas, porque  al rato necesita ir a consulta con el “psicólogo canino”.

Más allá de lo que puedan significar o no los lamidos, en algo coincidimos todos: es una señal de afecto. De cachorro, recuerdo, mi mamá pasaba en una pura chupadera conmigo y mi hermana.

Para mí, lamer es una muestra de gratitud, y si algo he aprendido en esta corta vida, es a nunca morder la mano de quien me da de comer.




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