Argos, de la Casa de Ulises
Los años pasan; la vida es lo que uno recuerda, para contarla. Eso le ladré a Mi Amigo, un día de estos, mientras lo observaba en sus ejercicios matinales.
Acabo de cumplir tres años y mi “edad humana” es entre 28 y 30, según los nuevos sistemas para calcular lo que uno envejece, en comparación con los sapiens. Es falso que cada año nuestro, equivale a siete de una persona.
Cada raza canina tiene distintas expectativas de vida, entre más pequeños vivimos más; aparte de otras variables genéticas, cuidados y el ambiente en que crecemos y nos desarrollamos.
Hay colegas que llegan a 20 años, según la cronología humana, lo que fácilmente supondría unos 140. Los Schnauzer podemos llegar a 15 y algunos a los 17, así que -si no me llama antes el Gran Perro- seré centenario.
Aparte de las vacunas y revisiones veterinarias de rutina puedo decir que estoy sano, ni un resfrío, ni dolor de nada; he llevado una existencia tranquila porque dice Mi Amigo que “nací para ser feliz”.
Cada día los científicos investigan y conocen más de nuestro organismo, psicología y comportamiento; en “ladrinet” encontramos que -a nuestra manera- los caninos tenemos “idea” del tiempo.
En nuestra mente hay cientos de patrones de conducta para tener noción del “paso del tiempo”. Cómo huele la casa al mediodía; las variaciones de luz desde la mañana hasta el anochecer, los sonidos externos y todos los olores.
Aunque no manejamos la idea de pasado, presente y futuro, tenemos un reloj biológico con el que medimos “la hora”; incluso soñamos y recordamos acontecimientos pasados de manera ordenada.
La cuestión es que podemos vivir muchos años, tantos como la difunta Reina Isabel II, quien llegó a 96 y murió de vejez, o como diría Mi Amigo: se curó de la enfermedad de vivir.
Por lo que vi en “ladrinoticias”, ella amaba a sus perros; cuando cumplió 90 años ya no quiso tener más -solo uno se dejó- porque le daba mucha tristeza morir y dejarlos “huérfanos”.
Era aficionada a los corgis, una raza escocesa de pastores, pequeños, robustos, energéticos y muy inteligentes. A los 18 años su padre, el rey Jorge VI, le regaló una cachorrita a la que llamó Susan, que fue la matriarca de todos.
A lo largo de 70 años de reinado crió unos 30 perritos; viajaba con ellos a todas partes. Cuando se casó con el príncipe Felipe, y fue de luna de miel a África, viajó con sus fieles amigos.
Cuando la salud se lo permitía, a las cinco en punto, se sentaba a la mesa con Muick, Sandy, Candy y Lissie; les daba de comer, un filete y una pechuga de pollo, aderezados con salsa.
Para celebrar mis tres años en este planeta; Wendy, la pastelera real -como estamos en modo aristocrático- horneó un queque para mi manada, tan bello y rico, que se lo desearían hasta los perros de la Reina Isabel II , a quienes prefería, confiaba y amaba.
—