Imágenes tomadas de internet
Genio y figura, hasta la sepultura. ¡Irma Consuelo Cielo Serrano Castro y Domínguez! Por ese nombre, nadie respondió en el infierno. Solo si gritaron: “La tigresa”; frunció sus remarcadas cejas alzadas, y su lunar en el medio: ¡Presente!
Con 89 años bien ajetreados, “La catrina” se llevó a Irma Serrano -su nombre de guerra artístico- este 1 de marzo, el día de la conjunción de Júpiter, Venus y la Luna, como signo de que su estrella voló a Mictlán, el lugar de los muertos.
Aunque ya “la habían fallecido” varias veces, ahora si era cierto; el corazón -que tantas veces la traicionó- se la llevó a la tumba, pero sin sus secretos, porque los reveló todos y su alma se fue, ingrávida y gentil.
Más que una mortal hermosa, “La Tigresa” fue un mito erótico; la encarnación de Ichpochtli, la diosa azteca de la belleza, las flores, las artes, el amor y la lujuria.
Su vida fue una montaña rusa de placeres, que comenzó apenas despuntó a la pubertad, y tuvo cuerpo -porque malicia le sobraba-, para encantar a los hombres, como las sirenas de Ulises y hundirlos en el mar de sus deseos.
Igual que en la letra de “La Martina” -el corrido que popularizó en 1967- con apenas 15 años ya daba pelea, y “a los 16 cumplidos ¡una traición me jugó!”. Con esa edad posó desnuda para Diego Rivera, el celebérrimo muralista mexicano.
Según contó la diva, su “amigo” – el político Fernando Casas Alemán- la llevó donde Rivera -quien frisaba los 63 años- y era un rosquete muy “cusco”, es decir coqueto, enamoradizo y de ojo alegre.
“Posé cerca de seis meses, yo no era modelo. Lo hice por puro gusto, porque así me convenía”. Un año después, ya andaba de querendengue con Casas Alemán, entonces gobernador de Veracruz.
La Irma vivió a troche y moche, desde que cayó a este valle de lágrimas, el 9 de diciembre de 1933, en el pueblito de Comitán de Domínguez, en Chiapas.
Su padre, Santiago Serrano Ruiz, o “El chanti”, era periodista, impresor, escritor y poeta; la madre -Doña María Castro Domínguez- era una rica terrateniente, dueña de varias haciendas.
Dama sin camelias
Vivió poco con su madre y hermanos -Mario y Yolanda-, lo que causó en ella una gran soledad y falta de amor. Desde chiquita le gustó la música, aprendió canto, recitó poemas y a los siete años los padres se divorciaron.
Era buena para las letras y llegó hasta la universidad, donde estudió literatura, sin llegar a graduarse; combinó las clases con el baile, pero su talento iba por el lado de la música ranchera.
A los 14 años arribó a la Ciudad de México; ahí vivió con su prima Rosario -Chayito-Castellanos, una mujer bien conectada con el mundillo artístico, empresarial y político de aquellos años dorados.
Tenía 29 años cuando firmó un contrato con Columbia Records; debutó con “Canción de un preso”, después grabó otras piezas con mucha pegada. Ese año filmó “Santo contra los zombies”, y arrancó su carrera en el celuloide.
Pero como no solo de pan viven las mujeres, se echó al petate nada menos que al presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz; el mismo que ordenó la Matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, donde asesinaron al menos 300 estudiantes.
En su autobiografía “A calzón amarrado”, la cantante y actriz, contó con pelos y señales -literalmente-, sus aventuras de alcoba en la residencia presidencial de Los Pinos, o en la casa que el mandatario le regaló en Jardines del Pedregal.
“Aquel personaje era un don nadie, pero llegó a ser el gusano mayor para regir los destinos del país, durante seis años, era más atractivo de lo que me imaginaba, por su intelecto; simpático, duro, determinante y necio igual que yo.”
Ya cuarentona probó en el teatro; algunos dicen que el gobierno la espió porque sus obras promovían “la pornografía y el vicio”.
En los años 90 -del siglo pasado- incursionó en la política, y llegaría a ser diputada federal y senadora; esa “afición” la mezcló con sus películas, canciones, telenovelas, programas de televisión y una vida disipada.
Lola la trailera
A los doce años tuvo sus primeros chispazos amorosos, con un tal Jorge La Vega, quien era primo o tío; lo del parentesco era un detalle, pero valió para el registro de amantes, que los tuvo de todos los colores, sabores y tamaños.
El lance con Díaz Ordaz acabó porque su esposa, Guadalupe Borja, no toleró las panteradas del marido con aquella “chamuscada”, y le hizo la vida de cuadritos en sus aspiraciones artísticas. La Lupe dijo que Irma era una “totonaca”.
“Solamente me enamoré tres veces, y las demás parejas que tuve fueron simples ‘acostones’, aseguró “La Tigresa”. Nunca se casó, ni tuvo hijos -pero el diablo le dio sobrinos-.
Entre sus ‘acostones’ más conocidos -excluyendo a los políticos de altos vuelos- “La Tigresa” mencionó a Patricio “Pato” Zambrano y Alfonso “Poncho” de Nigris, ambos más jóvenes; ya vieja le dio por buscar “cougars”.
Eran “solo amiguitos para pasar el rato, y nunca les tuve cariño, ni tampoco fueron mi tipo”; algo así como para afilar las uñas.
Deslenguada como pocas, declaró al programa “La ciudad del sexo” que prefería a los hombres maduros y homosexuales; de acuerdo con su experiencia, eran los mejores amantes.
Con 71 años estuvo a punto de casarse con el cantante José Julián, quien tenía 40 años menos, pero no pasaron de una ceremonia indígena sin mayores consecuencias, porque el Ganímedes no “le cumplió como hombre”.
Por esos días tuvo la infeliz idea de ser madre, mediante el procedimiento in vitro; aportó al experimento el semen congelado de un amante de los años 70 -un tal Alejo Peralta-.
Salía en los programas de chismes, vestida con una blusa a rayas con colores como el negro, rosa y amarillo, acompañada de un saco brillante, y agitaba su característica cabellera negra.
Ya cerca del ocaso comía poco; un día se sentía bien, al otro mal, al siguiente peor. Eso no era raro en ella. La llevaron al médico, de ahí al hospital. Su corazón se apagó, pero salieron raíces para buscar otras tierras.
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