Laura Sauma
articulista@icorpcr.com
Hace un año ya, los muchachos de Digital506 me impulsaron a escribir esta columna mensual, que ustedes, amablemente, se han dignado leer.
Para ella, he intentado elegir temas que nos hagan cuestionar cómo enfrentamos nuestros problemas crónicos, alejándonos de las propuestas estatistas y explicando por qué hacer oídos sordos a la política no es opción, si queremos que nuestro país sea un lugar próspero y con igualdad de oportunidades para todos, algún día.
Espero haber movido la aguja, aunque sea un poquito, en ambas direcciones. Pero después de 12 artículos y varios temas, me sorprendió mucho que el del desempleo femenino fuera el menos popular. Así nació la idea para escoger el tema de aniversario.
Las razones de nuestro desempleo son estructurales. Tenemos una legislación laboral rígida, cargas sociales impagables, impuestos que te hacen sentir como si te hubieran asaltado, acceso al crédito más difícil que encontrar un unicornio, y el apoyo a la innovación y el emprendimiento brillan por su ausencia.
Ah, y si sos mujer, hay que agregarle todas las trabas adicionales que el Estado le ha impuesto a los empleadores para compensar las diferencias físicas y sociales que caracterizan al sexo femenino.
Estas supuestas “ayudas” se quedan cortas, encarecen la contratación femenina y provocan una menor participación de mujeres en el mercado laboral.
Ante la evidencia, sorprende que los movimientos feministas que dicen luchar por la igualdad laboral sigan apostando por recetas similares.
Parece que una vez más, nos enfrentamos a una cruda verdad: aquellos en el poder que se sienten cómodos con el sistema actual no tienen ningún interés en resolver nuestros problemas estructurales. Más bien, les encanta administrarlos por toda la eternidad y de esa manera asegurarse de que su estatus no se vea afectado.
Mientras tanto, la población está dividida entre los que ignoran por completo esta injusticia, los que sienten pereza ante la lucha que se necesita para cambiar las cosas y los que prefieren que otros asuman la responsabilidad.
Así que el feminismo, esa bandera ondeada por muchos, se convierte en una pose más; mientras que las mujeres, como los pobres, siguen siendo extras en el discurso de los políticos tradicionales.
Algunos podrían argumentar que esto es un problema global, pero entonces pregunto: ¿deberíamos conformarnos con que “mal de muchos, consuelo de tontos”?
La mitad de nuestros hogares son dirigidos por mujeres, así que, por pura conveniencia egoísta, deberíamos ponernos las pilas para encontrar soluciones. Imaginen el impacto económico de incorporar a esa fuerza laboral olvidada.
Para hacerlo, debemos dejar de complicarles la vida a los empresarios con más trabas, evaluar la legislación existente que evidentemente no ha funcionado y ofrecerles los apoyos necesarios a las mujeres y no más presupuestos a quienes dicen luchar por ellas. Eso, claro, si queremos que todo esto sea más que un mero discurso.
Es hora de que salgamos de nuestra burbuja de comodidad y nos unamos en un coro unificado, exigiendo un cambio real. Los derechos no deben ser moneda de cambio en política. Debemos alzar la voz, desafiar a los que se benefician de la desigualdad y a los que lo hacen de la pose de la “igualdad”.
La tarea no será fácil, pero, como dicen, los grandes cambios nunca lo son. Si realmente queremos un futuro en el que todas las personas tengan las mismas oportunidades y sean valoradas por su talento, debemos estar dispuestos a dejar atrás la zona de confort y enfrentar a aquellos que se aprovechan de la situación actual.
Eso, desde luego, pasa por convertirnos en una sociedad donde las mujeres sean libres, luchadoras, y tengan las herramientas para asumir la responsabilidad de sus destinos, sin caer en el victimismo que solo las hace ceder el poder a un supuesto salvador.
Tenemos toda la capacidad para competir y brillar con luz propia, sólo necesitamos emparejar la cancha.
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