Argos, de la Casa de Ulises
¿Usted se imagina tener de 50 mil a 200 mil hijos? Gritando todos a la vez, porque tienen hambre. Bueno, eso le pasa a la mamá pulpo, que pone esa cantidad de huevos, y debe defenderlos de las otras especies marinas porque los devoran.
Por eso, siempre me ha llamado la atención las festividades de los humanos, y en particular la del Día de la Madre; cómo se esmeran por agasajarla, comprarle un obsequio, invitarla a comer y expresarle su cariño.
Desde los primeros días de agosto -la celebración es el 15- se respira un aire de alegría, sobre todo en las escuelas, donde los cachorros de los sapiens realizan alguna manualidad -tarjetas, cajitas, grabar sus manos en telas- para ellas.
Esa conexión de los hijos con su Madre se refuerza con los años, y es un lazo muy fuerte -no ladro que con los padres sea diferente- pero si noto que es mucho más arraigado e intenso.
En todas las especies animales -en particular los mamíferos- el cuidado de los pequeños está a cargo de la madre, y en ocasiones colabora el padre; en las aves es frecuente observar que ambos progenitores cuidan de sus crías.
Debo aclarar, con un buen aullido, que los papás son muy importantes, como es el caso del lobo gris; él es uno de los mejores padres, se preocupa por alimentar a su pareja tras el parto, cuida al bebé, y lo entrena en la caza y en la supervivencia.
Cuando voy al parquecito, me tumbo sobre el zacate y observo a las mamás jugar con sus cachorros; si son pequeñitos los llevan de la mano y corretean con ellos; si son más grandecitos, los dejan jugar solos, pero nunca los descuidan.
En eso son iguales al resto de las mamás de todas las especies; las osas polares, las leonas, las tigresas, las gorilas, e incluso las arañas tienen un fuerte instinto maternal para: proteger, alimentar y enseñar a valerse por sí mismo.
Sería difícil escoger a las mejores madres del reino animal -las sapiens son especiales, y más las “mamáperrunas- pero creo que pocas le ganan a una orangután,
Durante los dos primeros años de vida, las crías dependen de ella, para comer y moverse; permanecen juntas de seis a siete años, enseñándoles dónde encontrar alimento, qué y cómo comer, y cómo construir un refugio para dormir.
Incluso, se sabe que las orangutanes hembra “visitan” a sus madres hasta cumplir 15 o 16 años de edad.
En esa lista agregaría a las osas polares, las elefantas, las guepardos y -esto no lo van a creer- el pingüino emperador; este macho, protege el huevo, lo mantiene caliente y espera, a que la madre viaje hasta 60 kilómetros mar adentro, para llevarle comida al recién nacido.
Todos tenemos una madre que nos quiere, nos cuida, nos acepta como somos, perdona todas nuestras faltas, y siempre podemos regresar al hogar, para recibir de ella el amor que necesitamos para ser felices.
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