Argos, de la Casa de Ulises
¡Guau! Nada como el olor de la tierra mojada, con las primeras lluvias de mayo. Me disgusta mojarme, pero con estos chubascos brinco en cuatro patas, porque el calor me tenía fulminado; salía, y regresaba con la lengua afuera.
Los agricultores dicen que mañana oscura, tarde segura. Pues yo pienso al revés; comenzó el invierno y solo tengo la mañana para mis caminatas. Una tarde de estas, Mi Amigo y yo salimos en carrera huyendo del aguacero.
Este invierno buscaron una capa y zapatos especiales para mis patas; así saldré abrigado y evitaré mojarme; no me quiero resfriar.
Para despedir este mes tan caluroso, con temperaturas hasta de 40 ºC, fuimos al vivero; mi manada quería comprar matas para el jardín; a mí, me gustan las plantas, sobre todo los árboles, para orinarlos alrededor.
En casa hay muchas plantas, flores, palmeras, unos árboles pequeñitos, zacate y ahí me asoleo; o bien corro a ladrarle a los sapiens que pasan por la acera.
Después de un vueltín rápido en el parque -para atender el llamado de la naturaleza- tomé mi pastilla contra el mareo, y dormí plácidamente durante el viaje en carro.
Antes de llegar al lugar -en Alajuela-, me levanté para olisquear el ambiente, ver por la ventanilla y sentir el aire fresco en mis orejas.
En el vivero había muchas manadas humanas, llevaban a sus crías y a las mascotas; todos estaban abatidos por el calor. Cada uno intentaba refrescarse como podía, en mi caso decidí subirme a una banqueta, y jadear tranquilo.
Me despertó un gran alboroto, resulta que un perrote enorme -un french poodle gigante- negro y greñudo, decidió lanzarse a la fuente de agua que estaba a la entrada; salió chorreando agua, pero feliz y fresquito.
Además de ese grandulón, vi camaradas de diferentes razas y tamaños, todos bien cuidados, en especial un border collie de lo más elegante con su pelaje negro y blanco, y sus ojos azules. Estaba tumbado con la panza en la tierra.
Olí flores de muchos colores, y cuando no me veían marqué todas las que pude; así dejé mi contacto para los otros caninos que andaban de visita en el lugar.
Nos atendió un humano muy amable y amoroso con nuestra especie; paré la oreja cuando contó que en Nicaragua, donde vivía, tenía un zaguatito que lo acompañaba a todo lado.
Cuando iba al campo a trabajar, dejaba el almuerzo y la botella con agua, colgando de la rama de un árbol, y el perrito vigilaba para que nadie se lo llevara.
Aquí tiene un perrote enorme que le llega casi a la cintura, pero es un pan de Dios, mansito como una ovejita.
En el vivero aproveché para estirar las patas; caminé y corrí, pero el calor me venció; en cada sombrita, aprovechaba para dormitar un ratito, y soñar que brincaba de charco en charco.
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