Lo tenía todo: voz, belleza, éxito. Pero, detrás del escenario, una vida oscura lo acechaba. La fama no es eterna, y Camilo Sesto lo supo demasiado tarde.
Silencio. 168 segundos. Uno por cada muerto. Antes de recibir la inyección letal -en la prisión Terre Haute, Indiana- todavía resonaba en su cabeza el estallido, y cómo arrasó 324 edificios, incendió 68 carros y evaporó a 168 humanos.
Sentados, y esperando ver a Dios. Así murieron 19 hombres, 34 mujeres y 23 niños, en el asalto a Waco, la comunidad de fanáticos religiosos liderada por David Koresh, autoproclamado el nuevo Jesucristo.
El tamaño sí importa. 34 centímetros. Esa medida tambaleó al mundo, y subió la temperatura, más que el cambio climático. Hasta el venerable Padre Pío, prohibió a las mujeres confesarse ataviadas con esa prenda satánica.
Fe. Compasión. Piedad, llenaron su vida, agitada por vendavales que sorteó en silencio. En Cuba -su isla natal- “dejó su vida y dejó su amor”; pero aquí, quedó enterrado su corazón.
Y una voz dijo: ¡Hágase la luz! Y Chabelo se hizo. Antes de que todo existiera, ya Chabelo existía. Pero todo lo que sube, baja; en este caso, a la tumba; pero mientras exista la Internet, sus memes vivirán por una eternidad.
“Te dije que no me dijeras”. La frase en cuestión, evoca a una pareja de espías; uno un tonto de capirote, la otra, una guapa genio.
La modelo y actriz Barbara Feldon -la doble humana de la Agente 99- vivió y murió a la sombra de ese personaje, que la inmortalizó en la memoria de varias generaciones, pero encasilló y limitó su carrera artística.
Ni era coronel ni se llamaba Tom. El brujo de la mercadotecnia, quien convirtió a un talentoso cantante de Menphis, en un ícono cultural del siglo XX, no era quien decía ser, y al día de hoy, ni siquiera se sabe si realmente era él.
Genio y figura, hasta la sepultura. ¡Irma Consuelo Cielo Serrano Castro y Domínguez! Por ese nombre, nadie respondió en el infierno. Solo si gritaron: “La tigresa”; frunció sus remarcadas cejas alzadas, y su lunar en el medio: ¡Presente!
Lo apodaban “El gorila”. A los 47 años, Dios -como en la vocación de San Mateo- lo vio y le dijo: ¡Sígueme! Acató el designio divino. Asumió las riendas del Banco Vaticano, lo ordenó y enriqueció. Olía el dinero como un tiburón la sangre.