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viernes, abril 19, 2024
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Página Negra: La temible agente del recontraespionaje

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Imágenes tomadas de internet


 “Te dije que no me dijeras”. La frase en cuestión, evoca a una pareja de espías; uno un tonto de capirote, la otra, una guapa genio.

La modelo y actriz Barbara Feldon -la doble humana de la Agente 99- vivió y murió a la sombra de ese personaje, que la inmortalizó en la memoria de varias generaciones, pero encasilló y limitó su carrera artística.

Durante cinco temporadas -138 capítulos – nuestros padres siguieron entre risas una serie de espionaje –“El super Agente 86”-, cuyo protagonista era un idiota, Maxwell Smart; quien resolvía sus estupideces, gracias a la inteligencia de la 99.

Ese personaje no era habitual en el cine o en la televisión de aquellos años -1965 a 1970-. Para empezar, ni siquiera tenía nombre, solo un número; lo raro fue que, aparte de bella y elegante, la 99 era inteligente y empoderada.

La leyenda dice, que al principio el número asignado sería 69, pero las connotaciones sexuales, y el miedo a los conservadores de Hollywood, desanimó a los creadores, Mel Brooks y Buck Henry.

Este último sugirió denominarla 100, pero optaron por un dígito menos, porque así sonaba más femenino; de esa manera tan poco matemática nació quien llegaría a ser un ícono de la pantalla hogareña.

Vale recordar que allá por los años 60 y 70, del siglo pasado, el mundo vivió la zozobra de la Guerra Fría, la amenaza latente de un conflicto nuclear entre la Unión Soviética y Estados Unidos, que sería el fin del mundo.

Esas intrigas apocalípticas fueron aprovechadas por los mercachifles de Hollywood, quienes explotaron el miedo del público con películas plagadas de espías, doble agentes, extraterrestres, monstruos, demonios y seres malignos.

Fueron los años de esplendor de toda la saga de James Bond -en el cine-; y en la teve “El agente de CIPOL” y “Yo, espía”, con Bill Cosby.

La cadena ABC rechazó el proyecto del Agente 86, porque no iba con los valores americanos; Maxwell Smart era un espía sin ninguna virtud, torpe, ingenuo, zoquete, se burlaba de la CIA, de la KGB, y convirtió un tema serio en un chiste.

El zapatófono, el cono del silencio, las pistolas que disparaban hacia atrás, los agentes escondidos en basureros o armarios; Jaime, el androide; el perro Colmillo, todo era una charanga que dejaba por el piso la guerra anticomunista.


“Bien pensado 99”

En ese caos solo Barbara Feldon, como la 99, era la nota de cordura, razonabilidad y ecuanimidad; de ahí que su elección fue el contrapunto perfecto, para su pareja, el reconocido cómico televisivo Don Adams.

La 99 era el palito de los enredos de Smart; incluso arriesgaba su vida para que este se luciera, y destruyera los planes de la temible organización criminal K.A.O.S.

Tanta era la devoción de ella por su trabajo, y cuidar a Max, que en la cuarta temporada terminaron casándose, tuvieron gemelos y trabajaron como marido y mujer; con todos los enredos que cabe imaginar.

El papel de la 99 calzó perfectamente con Feldon, una modelo y aspirante a actriz, quien nació el 12 de marzo de 1933, en Pennsylvania, como Barbara Ann Hall.

Recién salida de la secundaria siguió la carrera de actuación; con el diploma bajo el brazo creyó que todo sería muy fácil; pero en los años 50 sobraban muchachas ilusas, dispuestas a todo por realizar un sueño imposible.

Bella, alta, bien proporcionada, elegante, inteligente y decidida, se fue -a los veintitantos años- a Nueva York, para probar suerte en Broadway; asistió a varias audiciones, y participó en papeles menores, esperanzada en su buena suerte.

Los años pasaron, el estrellato estaba cada vez más lejos, parecía que nunca saldría del pelotón de coristas y bailarinas de relleno. “No progresaba, era frustrante, horas y horas de espera en oficinas”, narró Feldon en una entrevista.

Estaba hasta la coronilla de tanto maltrato, incertidumbre y malos modos, que mejor arrolló el petate, dejó todo y -junto a su novio y futuro esposo Lucien Verdoux-Feldon, se fue al Oeste, como los pioneros.

A Lucien lo conoció en la salida de un teatro; era un joven elegante, sofisticado; esa noche le pidió una moneda para usar el teléfono público. Hablaron un rato, y una cosa llevó a otra. Vivieron juntos diez años y le heredó el apellido.

Getty Images


Me creería si le dijera…”

En una ocasión participó en un concurso de preguntas y respuestas -una versión de “Quiere Usted ser millonario”- y ganó $64 mil dólares por responder en la difícil categoría de “Vida y obra de William Shakespeare”.

Con el dinero montó una galería de arte, y en menos de lo que Flash da una vuelta al mundo, perdió toda aquella fortuna. Sin un centavo, volvió al modelaje y pasó a ser Barbara Feldon.

Un día logró un contrato para promocionar una loción para cabello, de la marca Revlon. El comercial fue un éxito, alimentó las fantasías masculinas y así logró incursionar un poco en la televisión.

Barbara posó tirada en una alfombra con estampado de animales, miró a la cámara y ronroneó como una gata en celo; así sedujo a una legión de hombres, vendió cantidades industriales de la milagrosa pomada, pero ella quería ser actriz.

Logró varios papeles esporádicos, hasta que un día la vieron Brooks y Henry; de inmediato cayeron en cuenta de que Feldon era la contrafigura idónea para Adams.

Sus grandes ojos, el pelo corto, la figura estilizada, la voz gruesa y sugerente, la gracia de sus gestos, fueron el gancho para que la contrataran por cinco años. Ella se negó, no quería estar atada y rechazó la oferta.

Le ofrecieron una propuesta de dos años, con renovación si la serie tenía éxito. Al principio, la relación con Adams era fría pero amable, solo que en las primera escena sucedió algo imprevisible: ella era más alta que él.

Para solventar la situación Barbara actuaba descalza, en otras variaban las tomas; también aparecía Max en un escalón arriba o -casi siempre- el Agente 86 estaba sentado, y la 99 de pie.

“Fallé por un pelito…”

La serie fue una locura. La nominaron dos veces al Emmy como “Mejor actriz cómica”; después actuó en otros programas, y en 1995 produjeron una segunda versión del “Super Agente 86”, pero fue un fracaso.

Finalmente, dejó de combatir a las fuerzas del mal y escapó de las luces de Hollywood. Regresó a Nueva York, se divorció y se casó con el productor Burt Nodella.

El éxito escondía una maldición. Los papeles ofrecidos eran todos iguales. “Eran versiones de la 99 sólo que en otros escenarios. Yo quería hacer otra cosa. Mostrar que era dúctil para actuar”.

Siguió su vida. Jamás exhibió sus miserias en la prensa rosada. Siempre apacible, sonriente, agradecida con su pasado. Se divorció de Nodella y nunca tuvo hijos.

Publicó Vivir Sola y Amar Hacerlo,  un libro de autoayuda, donde relató su sorpresa cuando descubrió que podía ser feliz sin una pareja estable; no presionarse; de su decisión de no tener hijos, y da consejos inspirados en su vida.

Editó sus memorias y confesó: “Nunca ambicioné ser una estrella, siempre anhelé disfrutar la vida; viajar, probar cosas nuevas, encontrarme con gente, hablar con personas distintas a mí”.

La 99 nunca pretendió poseer nada, solo tener libertad para hacer lo que quería. Hoy, a los 90 años, luce resplandeciente.

Desde su lujoso apartamento con vista al Central Park, Barbara  mira el pasado sin nostalgia; conoce el “viejo truco” de ver el ayer, sin quedar congelada.





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