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viernes, marzo 29, 2024
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Página Negra: La mano que movía la cuna de Elvis Presley

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Imágenes tomadas de internet


Ni era coronel ni se llamaba Tom. El brujo de la mercadotecnia, quien convirtió a un talentoso cantante de Menphis, en un ícono cultural del siglo XX, no era quien decía ser, y al día de hoy, ni siquiera se sabe si realmente era él.

El cuento comenzó en Breda, una ciudad del actual Reino de los Países Bajos -para los neófitos Holanda-; en una familia de 11 hermanos, pobres como ratones, llegó otra boca más – el 11 de junio de 1909- Andreas Cornelis van Kuijk.

Tal era su nombre de pila, pero la galaxia musical lo conocería por su apodo: Coronel Tom Parker; si nadie lo recuerda, seguro lo asociará de inmediato cuando escuche el de su pupilo: Elvis Presley, o el Rey del Rock, para más señas.

Pocas veces el destino junta el hambre con las ganas de comer, de una manera tan inexorable; la vida de Tom -o como se llamara- quedó sellada con la de Elvis, y ninguna de las dos se comprende sin la existencia de la otra.

Si el camino de Elvis estuvo tachonado de excesos -alcohol, drogas y promiscuidad sexual-; la de Parker tampoco se daba por menos, aparte de exprimir al cantante como si fuera un limón, era un ludópata y un prófugo de la justicia.

Desde niño, Dries -como le decían de cariño sus hermanitos- se buscó el pan; apenas pudo deletrear consiguió empleo como recadero, pasó la adolescencia cargando y descargando fardos en el puerto de Róterdam.

A los 17 años era un buscavidas y hacía lo que fuera para medio vivir; un día la suerte le cayó en forma de circo ambulante, se enroló con ellos, y ahí aprendió todos los trucos que después utilizó para engatusar a los desprevenidos.

Del circo lo echaron -según las malas lenguas- por robarle a los enanos; otros dicen que por viajar indocumentado en una de las giras de la “troupe”; por la razón que fuera regresó a Breda, y de nuevo a repartir recados de los tenderos locales.


Crimen sin castigo

En uno de esos mandados conoció a Wilhelmus van den Enden, recién casado con la bella y joven Anna. Ambos regentaban una frutería y contrataban a Dreis.

Una mañana de mayo de 1929 la policía encontró el cuerpo de Anna; alguien le propinó un mazazo en la cabeza, con tanta fuerza que el cráneo le estalló, y la masa encefálica le salió por las orejas.

Para despistar a los sabuesos el asesino regó pimienta por el piso; fueron interrogados los vecinos, y algunos señalaron al recadero Andreas, como uno de los últimos en ver a la difunta.

La policía siguió el rastro del sospechoso, pero cuando llegaron a su departamento, este ya había puesto tierra de por medio. El crimen de Anna quedó impune; días después Andreas ingresó ilegalmente a Estados Unidos.

Para entrar inventó una identidad y se llamó Tom Parker; se alistó de voluntario en el ejército, desertó, lo arrestaron y un tribunal médico lo mandó dos meses a un hospital psiquiátrico. Finalmente lo expulsaron de la milicia.

Sobrevivió haciendo lo que mejor sabía: embaucar a incautos. Montó un circo, representó a varios cantantes de música country con tanto éxito que en 1948, el gobernador de Luisiana, Jimmie Davis, lo nombró “Coronel Honorario”.

Así es como nació el Coronel Tom Parker, quien nunca disparó ni una pistola de agua, tampoco peleó en ninguna guerra, pero un día de 1955 tropezó con un ingenuo Elvis, sediento de fama y dinero.

El coronel y el roquero

La carrera de promotor artístico la inició Parker en 1935, tras casarse con Mariane Mott y sentar cabeza en Tampa, Florida. Su primer cliente fue Eddy Arnold, a quien colocó en emisoras radiofónicas, películas y lanzó varios discos con éxito.

En 1954 conectó con Hank Snow, quien le presentó a Elvis y ambos establecieron una relación simbiótica de tipo parasitario; el coronel chupó de la futura estrella, y esta necesitó al coronel para superar sus traumas maternos.

De entrada Parker exigió a Presley firmar un contrato de exclusividad, que fue como un pacto con el diablo; el astro roquero nunca pudo quitarse de encima al promotor, y este ejerció sobre él un control enfermizo.

Tampoco es que Tom era un lerdo, al contrario, vendió a la RCA los derechos de grabación de Elvis por $40 mil dólares de aquellos días; en enero de 1956 lanzó “Heartbreak Hotel” y el cantante voló hacia las estrellas.

El pasado siempre vuelve. Parker convenció a Presley para que no hiciera giras internacionales, alegando la seguridad del divo, y que en el mundo no había escenarios de la “talla de su majestad”.

La razón pudo haber sido otra, y tenia relación con la cabeza aplastada de Anna. En 1988, Dirk Vellenga y Mick Farran escribieron “Elvis y el Coronel”, donde expusieron la tesis por la cual Parker nunca salió de Estados Unidos.

Sin inculpar a Tom en la muerte de Anna, señalaron una serie de circunstancias extrañas, que ligaban al representante con la víctima, pero “en ninguna parte de mi libro digo que él lo hizo”, explicó Vellenga.

Lo raro -apuntaron los escritores- es que el coronel vivió como si tuviera oculto algo horrendo, el miedo lo oprimía, nunca regularizó su estado migratorio, carecía de pasaporte y jamás solicitó la ciudadanía americana.

Otro periodista, David English, en “Elvis: taking care of business”, reseñó las enormes deudas de Parker con los casinos, los contratos en Las Vegas para financiar el vicio del juego, y los millones de dólares birlados a Presley.

Los últimos años los pasó entre Las Vegas y Madison -Tennessee-; tenía una suite en el Hilton de Las Vegas, vendió sus servicios de consultor y relacionista público.

La última vuelta de tuerca la dio el 20 de enero de 1997; murió de un ataque al corazón a los 87 años. Como todo jugador, a veces ganó, en otras perdió, pero vivió a su manera.



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