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Argos, de la Casa de Ulises

Mientras masticaba un huesote, reflexioné sobre la manera en que nos llevamos con los sapiens, y como -en este siglo 21- estamos dejando de ser mascotas, para convertirnos en miembros de la familia humana.

En Ladrinet -la red social canina- leí que en el mundo vivimos cerca de  500 millones de perros; 75 millones en Europa y 83 millones en Estados Unidos, en Costa Rica habitamos-según un dato del 2014- por ahí de 1.492.544.

Puede que la cantidad sea poca, en comparación con otros animales. Solo insectos, algunas estimaciones hablan de 200 millones por cada persona, y el 15 de noviembre de este año habrá 8 mil millones de humanos en el planeta.

Más allá de la cantidad que somos, lo importante es la mejora en la calidad del trato que recibimos de los sapiens, a causa de dos factores: el ascenso de los millennials – los jóvenes de hoy- y los efectos de la pandemia.

Resulta que el 31 por ciento de los clientes de la industria de mascotas pertenecen a este segmento de la sociedad; y como no tienen hijos, nos adoptan y somos los compañeros preferidos para vivir con ellos.

Algunos expertos humanos advierten que esta actitud -la de humanizarnos y considerarnos “perrhijos” es inadecuada; pero nosotros compartimos con ellos sus alegrías, tristezas, los amamos sin condiciones y somos muy agradecidos.

Mi Amigo tiene un cartel con El elogio del perro, el alegato que pronunció el abogado George G. Vest -en 1869- en defensa de Viejo Tambor, un fiel perro que fue asesinado a traición -en Missouri- por un granjero, Leonidas Hornsby.

Le ladré para que me leyera el texto: “Si la fortuna margina a su amo, le deja sin amigos y sin hogar, el fiel perro no pedirá un privilegio más alto que el de acompañarlo para protegerle contra el peligro, para luchar contra sus enemigos.”

Incluso, en la parábola evangelista del “Rico y Lázaro” un mendigo leproso, solo tiene a su lado los perros que se le acercaban para consolarlo, y lamer sus llagas, y aliviarle el dolor.

Por dicha ocurrió ese cambio de actitud, y en algunos países se nos trata como “seres sintientes”; y es agradable recibir las atenciones humanas, que nos compren ropa adecuada, juguetes, cobijas, cuiden nuestra salud y la dieta.

Esto es bueno para la economía; en “Ladrinet” hay muchas investigaciones al respecto.  El mercado de mascotas, como lo llaman las personas, generó -en Estados Unidos, en el año 2020- $99 mil millones y crece un 5 por ciento anual.

Los millenials prefieren darnos alimentos naturales y orgánicos; en productos de aseo invierten, más o menos, $73 al año, y en fechas especiales -como Navidad- más de la mitad de nuestros amigos nos regalan una golosina especial.

Nadie resiste ser bien tratado, respetado y protegido; de tanto convivir con las personas perdimos muchos de nuestros instintos y somos muy dependientes; si bien, como siempre he ladrado, que tampoco se pueden tener todas maduras.

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