De poquito en poquito, se llena el tarrito. Si tenemos grandes propósitos, debemos comenzar por realizar bien los más pequeños. Por eso, empecemos el Año Nuevo con algo sencillo: tendiendo la cama.
Una acción tan trivial, es lo primero que aprende un miembro de los SEAL, los equipos de Mar, Aire y Tierra de la marina estadounidense; la más letal fuerza militar de operaciones especiales.
Tanta relevancia tiene que William McRaven (1955), un almirante de cuatro estrellas, retirado de la Armada de los Estados Unidos, escribió “Tiende tu cama”, con una serie de hábitos capaces de cambiar nuestra vida, y la del mundo.
Durante una práctica de salto en paracaídas, desde un avión Hércules C-130 -a unos cuatro mil metros altitud- McRaven tuvo un grave accidente, que le ocasionó severas lesiones al impactar contra el suelo.
El choque contra la tierra le desplazó la pelvis unos 12 cm; los músculos del estómago se desprendieron de los huesos; los de la espalda y piernas quedaron como gelatinas. Gracias a su disciplina y fuerza de voluntad, pudo recuperarse.
A lo largo de ese proceso aprendió importantes lecciones sobre la vida: valorar la compañía, aceptar que el mundo no es justo, superar el fracaso o nunca darse por vencido.
Puede ser que en el día nada salga como queríamos; pero si la cama quedó bien hecha, al final de la jornada, al menos habremos completado bien una acción.
Esa pequeña meta, es el primer paso de otra, otra y otra más elevada; como cuando se construye un muro, un ladrillo a la vez; todos juntos, forman una pared sólida.
La dureza del entrenamiento de un SEAL inicia con el amanecer; “hacer la cama, era la primera tarea del día”, que estaba lleno de inspecciones, sesiones de natación, carreras a campo traviesa, obstáculos y todo tipo de hostigamientos.
Un inspector escrutaba la limpieza del uniforme; las hebillas y zapatos, pulidos de tal manera que pudiera ver el reflejo de su rostro, como si fueran un espejo.
Seguía con el camastro donde dormía William. Era una sencilla estructura de acero, con un colchón individual, una sábana y sobre esta una cobija de lana gris, metida con firmeza debajo del colchón.
La segunda cobija debía de estar doblada a la perfección, formando un rectángulo a los pies de la cama; cada pieza -incluyendo la almohada- debían colocarse en un ángulo y posición determinada, bajo pena de una sanción.
Para verificar que la cama estuviera bien tendida, el oficial sacaba una moneda de 25 centavos; la tiraba al aire y debía de rebotar contra la superficie, a una altura tal que este pudiera recogerla de nuevo con su mano.
En caso contrario, el castigo consistía en rodar sobre la arena, hasta quedar totalmente impregnado; igual podía someterlo a extenuantes lagartijas, sentadillas y carreras desgastantes.
“Si no puedes hacer bien las pequeñas cosas, nunca harás las cosas grandes”, aconsejaba el soldado; porque cambiar la sociedad, comienza por tender bien la cama, cada mañana, al despertar.
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