Fe. Compasión. Piedad, llenaron su vida, agitada por vendavales que sorteó en silencio. En Cuba -su isla natal- “dejó su vida y dejó su amor”; pero aquí, quedó enterrado su corazón.
Trazó un arco de 60 años como profesional de la televisión, medio en el que fue pionera, y el ecosistema donde desplegó su don de gentes, presencia escénica, dotes de presentadora, productora, publicista y todóloga.
Mito viviente, Doña Inés Sánchez de Revuelta -con “de”- quedó grabada en el genoma de tres generaciones de costarricenses, acostumbrados -los viejos- a su Teleclub del Hogar; y otros -los millenials- a sus memes en las redes.
Le divertían las bromas digitales, porque huyó del régimen castrista para vivir en un régimen de libertad, y siempre apreció el espíritu democrático del tico, sus chanzas y choteos.
Dos golpes la sacudieron. El primero, la muerte de su padre -José Sánchez- un conductor de tranvía, quien falleció cuando ella tenía doce años. El otro batacazo fue cuando salió de La Habana, en junio de 1961.
Arribó a estas tierras de la mano de su hija Inés, con un año y nueve meses; y acompañada de su marido, Ernesto Revuelta. Aquí nacerían dos niñas más, Irene e Ivannia.
Su madre Inés Guarde, ama de casa, le heredó el amor a estudiar. “Cuando ella estaba en la cocina y yo llegaba, de una vez me mandaba a buscar respuestas a las preguntas, decía que debía aprender de todas las personas que conocía”.
Los papás eran de ascendencia española. La mamá, de Castilla; el progenitor, de Asturias. Fueron emigrantes muy humildes, pasaron muchas necesidades, y de ambos aprendió a superarse mediante el estudio y el trabajo.
Cursó las primeras letras en la Escuela Santa Angela de las Madres Ursulinas; esa sería la razón, por la cual consagraría -años más tarde- Teleclub al Sagrado Corazón, y celebraba su fundación en junio.
De niña las cámaras no le atraían, y aseguró -en una entrevista- que la idea le caería más por desobedecer a su madre, y le entró el gusanillo de los micrófonos, las cabinas radiofónicas y después la televisión.
El desacato materno le llegó porque Margarita, una amiga locutora, la animó a probar suerte en ese oficio; y aunque en Cuba no era fácil trabajar en la radio o la tele, tentó al destino y resultó que esa sería su carrera.
Combinó la locución con los estudios en periodismo, publicidad y mercadeo; también aprendió corte y confección, tocar piano, y asentada en Costa Rica, incursionó en todo lo relacionado con la producción audiovisual.
Todo marchaba de maravilla en Cuba hasta que estalló la revolución; Fidel Castro tomó el poder a sangre y fuego, instauró un sistema en el cual ella no podía subsistir y decidió abandonar la isla.
¡Válgame Dios!
Llegó de noche a Costa Rica. Llovía mucho. Con la ayuda de un amigo, la familia se instaló en la pensión Linda Vista. Estuvieron algunos días sin pagar. “Pasamos hambre, a veces nos acostábamos sin comer”.
Como todo emigrante, los primeros años fueron difíciles. Debió empezar de cero, pero nunca le faltó perseverancia, y eso -junto con el talento- es una combinación fabulosa para el éxito.
Uno de sus primeros empleos fue en un noticiero de Radio Monumental; justo ahí, su esposo encontró en un archivo el tema musical que sería el leit motiv de Teleclub.
“Hasta los niños la tararean cuando me ven en la calle o en el supermercado”, recordaría en una de las tantas entrevistas, concedidas a los curiosos por conocer el origen de tan emblemática melodía.
La televisión fue su sino. Ahí formó una pareja inseparable con Santiago Ferrando, un simpatíquisimo señor que producía y dirigía un show de variedades musicales en Canal 7, llamado “Las estrellas se reúnen”, allá por 1961.
Después, fundaría Teleclub, el 8 de febrero de 1963. Ese programa fue el germen de todos los que existen actualmente, donde incontables expertos compartían consejos sobre los temas más variopintos.
En la tele nacional no había nada parecido. Quien conociera un área del saber humano -técnico, científico o puramente práctico- tenía un espacio en Teleclub. Abuelas, madres e hijas se formaron al amparo de aquel vademécum.
Doña Inés y Teleclub eran indiferenciables. Uno para el otro. Tanto, que los Guinnes World Records la certificaron como el programa con más año en el aire, y a ella, como la presentadora educativa en la misma categoría.
“Teleclub empezó porque no había un programa para las mujeres y la familia, que las educara y les permitiera conocer temas importantes de la salud, la ciencia y otras culturas”, explicó Doña Inés.
La primera emisión arrancó en Canal 4, pasó al 6, siguió al 7, estuvo en el 2, en Canal 13, en el 33; era de lunes a viernes a partir de las dos de la tarde.
Solo un infarto, en el 2002, la sosegó once días, pero volvió al set rejuvenecida, recién nacida y con más bríos para conseguir patrocinadores y llegar más allá del horizonte, donde la esperaba un caballo y un columpio.
Así es la vida
Ahora sabemos que murió a los 91 años, pero su fecha de nacimiento y edad, fueron un secreto; no tanto porque ella lo motivara, si no, porque nunca envejeció, al menos, por dentro.
“Cuando oigo a una persona decir que le faltan pocos años para pensionarse, y que piensa sembrar una huerta, yo le digo que eso se hace a cualquier edad”, comentó Doña Inés.
Y agregó: “Una debe continuar activa; hay que seguir mientras la mente pueda pensar y crear. Quedarse en la casa es empezar a deprimirse, a desgastarse.”
Jovial, amena, jamás se sintió vieja. Aseguraba que todas las edades tienen algo bonito. Vivía con lo que tenía en ese momento. “Soy lo que soy y en lo que estoy”, era su lema de batalla cotidiana.
“Me levanto con la misma energía, y me acuesto con el mismo cansancio. Me duermo tarde, y me cuesta levantarme temprano.”
Vivió en un apartamento sencillo; administrando el dinero para pagar y llegar a fin de mes -como cualquier persona-. Su gata Misu, murió a los 14 años. “No tenía raza, pero si un corazón que me quería mucho”.
Se mantenía muy activa, comía bien, hacía ejercicios, rellenaba sudokus y crucigramas, era una ávida lectora y estaba al día con la tecnología, aunque prefería hablar y escuchar a las personas “en vivo”.
Nada de señora anticuada. “Daría algo por vivir una semana, nada más, en aquellos años en que las mujeres salían de paseo en carruaje, con caballos, ropa ancha; pero estoy contenta de vivir en estos tiempos.”
En el 2022 superó un infarto; estaba convencida de que Dios le permitió vivir por alguna razón, y esa era servir, porque Doña Inés fue el palito de los enredos de quienes necesitaban una mano.
Caminó, luchó, ayudó, y este Viernes Santo, en la madrugada, murió a los 91 años. Pero vivirá, cada vez que escuchemos El Espantapájaros, de Norbert Ludwig, la icónica melodía con que abría su amado Teleclub.
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