
Emprendedurismo y Desarrollo Personal
Por Doris Molina Mora dorismm@me.com
No somos lo que callamos, sino lo que elegimos soltar.
Se habla mucho de ayuno, como si fuera solo cuestión de comida pero hay uno más silencioso y necesario, que no se ve desde afuera, pero se siente por dentro.
Una abstinencia que no pasa por el estómago, sino por el corazón.
Vivimos con demasiado encima. Exigencias, pensamientos pesados, emociones acumuladas; y no siempre nos percatamos cuanto nos cargan esas pequeñas cosas que no se mastican, pero que terminamos tragando.
Tal vez ayunar sea, más que privarnos, aprender a dejar ir. A soltar lo que ya no suma, hacer espacio entre tanto ruido y respirar antes de hablar. No responder con dureza, elegir el silencio cuando el ego pide gritar y mirar con ternura, incluso cuando podríamos levantar la voz.
Ayunar también es revisar nuestros hábitos más invisibles: cómo hablamos, cómo escuchamos, cómo nos hablamos a nosotros mismos cuando fallamos. A veces, sin darnos cuenta, nos tratamos con más dureza de la que jamás usaríamos con alguien más.
Y no se trata de cambiar de golpe, sino de estar más despiertos. De frenar a tiempo y aprender a convivir con lo que sentimos sin que eso nos controle. Porque ayunar también es ponerle pausa al impulso automático, y abrir espacio a la conciencia.
El ayuno es parar un poco y soltar la prisa. Dar un paso hacia atrás para ver distinto. Hacer lugar a lo que vale la pena. No porque sea una obligación, sino porque el alma lo agradece.
No se trata de renunciar al pan, sino al peso que llevamos dentro. Porque a lo mejor el ayuno que importa no es el que se nota en el cuerpo, sino el que libera el corazón.
Y en este mundo tan lleno de cosas por hacer, decir y demostrar, quizás la mayor valentía sea vaciarnos de lo innecesario… para volver a sentir.
—