Argos, de la Casa de Ulises
Nos fuimos de vacaciones en manada. Me refiero a mi familia perruna; decidimos pasar las fiestas navideñas en una casita de playa, en Esterillos; escuché una vez a Mi Amigo hablar de este lugar tan hermoso.
El mar -recordé que así llaman los humanos a ese montón de agua salada- es bastante bravo; camino por la orilla, no me gusta mojarme más de la cuenta, unos días antes la peluquera me baño, peinó y acicaló.
Apenas puse las cuatro patas en la arena, olisquié la brisa marina y vi tanto espacio para mí, que salí en carrera y , sin darme cuenta, caí en un hueco lleno de piedras.
Estaba muy inquieto, y mejor me quedé quietecito, mientras llegaba mi mamáperruna para sacarme del embrollo; nada me pasó, salvo el susto.
Comencé a explorar los alrededores; vi a un par de camaradas con quienes ladré, se dedican a cuidar las casas de los sapiens y me recomendaron algunos lugares para visitar.
Uno fue un restaurante de comida de la India; nos recibieron muy bien, tuve mi propio asiento, y probé unas puntitas de tortillas y un pellizco de pollo, porque tienen mucho condimento, y podía dolerme la barriga.
Dimos otro paseo por la orilla del mar, estaba oscuro, pero el agua brillaba. Mi Amigo recordó un verso: “Sin luz de luna en sus copas, los árboles han crecido, y un horizonte de perros ladra, muy lejos del rio”.
Es muy bonito estar con la manada, pero más en Navidad. La familia es donde crecimos, compartimos el día a día; nos apoyan en las buenas, en las malas y en las regulares.
Somos una familia interespecie -humanos y caninos- y nos gusta expresar el cariño, el amor y estrechar los lazos que nos unen; y cuando no nos gusta lo ladramos, sin mordernos.
El Gran Perro nos enseñó que la verdadera Navidad consiste en agradecer todo lo que hemos recibido, la salud, el entrenamiento, agua fresca, el aderezo de pollo para el concentrado, las pechera o la cobija donde dormimos.
Pero lo máximo – ladro para mis adentros- es la bendición de estar con los sapiens -y caninos- con quienes jadeamos de emoción, y cuando los vemos brincamos en dos patas, corremos, y les pasamos la lengua por la cara.
La Navidad es un tiempo de costumbres, que debemos renovar cada 25 de diciembre; algunos humanos se atarantan por eso de los regalos, los compromisos personales o el exceso de trabajo.
Los caninos vivimos en el presente, disfrutamos lo que tenemos en el momento; llevamos una vida sencilla, gozamos de “aquellas pequeñas cosas” -igual que la canción que escucha Mi Amigo, de un sapiens sabio llamado Serrat.
Olfateo que cada quien es feliz a su manera; mi pariente “Cosito”, le encanta revolcarse en el polvazal; y a “Dodji”, dormir plácidamente su cojín.
Mi felicidad es que me rasquen la barriga cuando regreso de la calle, y me pongo panza arriba en el sillón. ¡Eso si es vida de perros!
—