Estamos solos en el mundo y somos responsables de las decisiones que tomamos; eso nos lleva a la desesperación.
Vivimos como al borde de un precipicio, tenemos miedo de adelantar un pie, caer al vacío y sentir el vértigo de la libertad; porque al elegir debemos aceptar las consecuencias de esa decisión.
¿Quién soy? ¿Para qué vivo? ¿Qué debería hacer? Son algunas de las preguntas que marcan nuestra existencia; responderlas nos lleva a pensar -a veces- que la vida misma carece de sentido.
San Agustín reflexionó mucho sobre el tema de la libertad, y llegó a la conclusión de que Dios concedió a la humanidad el libre albedrío, para que por medio de la razón, y a la luz de la fe, escogiéramos entre el bien y el mal.
A su manera, respondió a la pregunta que una vez realizó Epicuro: “Si Dios puede, sabe y quiere acabar con el mal. ¿Por qué existe el mal?”. Por supuesto, la maldad no es responsabilidad de la deidad, si no producto de los actos humanos.
El santo cristiano creía que el mal era la ausencia del bien -igual que los socráticos- y no una realidad en sí misma; por eso quien conoce lo bueno, desecha lo malo.
Pero qué sucede si solo fuéramos nosotros quiénes debemos decidir sin ayuda divina, y debemos elegir, crear nuestros propios valores, hacer algo o al menos intentarlo, sin temor al fracaso o al éxito.
Es decir, construir nuestra propia existencia; aceptar que estamos condenados a ser libres -según creían los existencialistas- y podemos firmar un pacto vital, que nos permita elegir nuestro destino y vivir al máximo.
La vida tendrá sentido hasta que cada persona se la de con sus decisiones, tanto si es ella misma quien elige, como si acepta que otro elija por ella.
Cada individuo decide cómo quiere sentirse: triste o alegre; no podemos achacarle a los demás los sinsabores de la existencia y lamentarnos de lo que pudo ser y no fue.
El valiente se hace valiente y el cobarde se hace cobarde, advertía Jean-Paul Sartre: “Usted es libre, elija, es decir, invente.”
El filósofo francés, Albert Camus, decía que para superar el absurdo de la vida debíamos enfrentarla con rebeldía, pasión y libertad.
La rebeldía para enfrentarnos con nuestra propia oscuridad, mirar en el fondo del abismo que llevamos dentro, ese vacío que muchos tratan de llenar con el dinero, el éxito, la fama, el amor o el poder.
Con la pasión podíamos estar conscientes del presente, porque el futuro no existe, ni es un estado al cual la persona llegará. Cada quien construye su futuro, pero desde el presente.
Y la libertad, el bien más preciado del ser humano, es vivir sin ataduras, aniquilar las reglas -sin afectar a terceros- e ignorar las opiniones de los otros, como aconsejaban los estoicos.
Epicteto, el filósofo esclavo, aconsejaba: “La libertad es la única meta digna en la vida; se gana ignorando aquello que está fuera de nuestro control.”
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