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domingo, diciembre 8, 2024
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En el nombre del padre

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Esa noche los aqueos entraron a sangre y fuego en Troya. Mientras la ciudad ardía, aconsejado por su madre -la diosa Venus- el príncipe Eneas escapó y  emprendió un largo viaje, para fundar un imperio que duraría mil años.

Abandonó todo y solo llevó lo más valioso: a su padre Anquises y a su hijo Ascanio. Los acompañarían Creusa, la fiel esposa, y los dioses familiares.

Pero Anquises estaba viejo, lento, un saco de dolores y apenas podía sostenerse en pie; el aguerrido troyano lo alzó, lo cargó sobre sus hombros y sostenía -con una mano- al pequeño Ascanio.

El guerrero estaba exhausto por la cruenta batalla, pero el respeto a su progenitor lo llenó de fuerzas; porque siempre hay que proteger a los más vulnerables y a los seres queridos.

Ese mensaje milenario, de fidelidad, quedó plasmado hace 400 años, cuando Gian Lorenzo Bernini -con 20 años- esculpió en una sola pieza de mármol a Eneas, Anquises y Ascanio; obra expuesta en la Galería Borghese, en Roma.

Este héroe fue grande en todas partes -como dijo una vez el poeta Byron- pero pequeño al lado de su padre.

Casi 40 años después, Rembrandt -el artista holandés- pintó “El retorno del hijo pródigo”, un óleo inspirado en la parábola cristiana y exhibido en el Museo Hermitage, en San Petesburgo.

Todas las tardes, durante incontables años, el padre misericordioso atisbaba en el horizonte la vuelta del retoño amado, quien un día pidió su herencia y se fue, a lejanas tierras, a dilapidarla en fiestas, vicios y amigotes.

Hasta que un día retornó al hogar y él salió corriendo a su encuentro; lo abrazó, besó y estrechó contra su corazón aquel saco de huesos, sucio, harapiento, descalzo y avergonzado.

De tanto sufrir la ausencia de su hijo el anciano quedó medio ciego, pero ni las copiosas lágrimas que le quemaron sus ojos, le impidieron acoger al hijo perdido, sin pedir explicaciones y sin exigir nada.

El punto central de la obra son las manos paternas, llenas de reconciliación, perdón y cura. De pie, el padre abraza al hijo quien está arrodillado, y ambos encuentran descanso mutuo a sus respectivos dolores.

Rembrandt logró resumir tres cualidades de la paternidad misericordiosa: el dolor, el perdón y la generosidad.

El dolor causado por el hijo que se fue, prepara al corazón para perdonar a cualquier persona, sin rencores, sin quejas y con la generosidad propia de un padre, quien siempre da primero, más y mejor.

Dicen que este es un cuadro autobiográfico, que retrató la vida de Rembrandt desde el momento en que él era un joven orgulloso por su precoz éxito, hasta convertirse en un anciano marcado por el peso de la vida y sus dolores.

Tanto Eneas -un pagano- como Rembrandt -un creyente- representan la misma actitud: el amor incondicional que une al padre con su hijo.

Y cuando llegue el instante del último aliento paternal, del cielo caerá una lluvia de flores amarillas.

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