Soñaba el ciego que veía, y soñaba lo que quería. Así dice el refrán. Los sueños son la fuente de la juventud, quien no los tiene, envejece.
Aunque poseamos todo en la vida: salud, dinero y amor; sin sueños todo nos faltaría, porque son las raíces que sostienen el árbol de nuestra existencia.
Los hinduistas creen que cada persona -y el universo entero- vive en el sueño del dios Brahma; cuando Él despierte el mundo volverá a la Edad de Oro, o de Jade según los orientales; pero al dormir de nuevo soñará y volverá el dolor y la infelicidad.
¿Qué sería de nuestras pequeñas vidas sin sueños? Apretemos, por un momento, el botón de pausa en el control manual de la existencia, y pensemos: ¿Qué sueños tengo? o ¿Qué y quién me impide realizarlos?
La razón nos dice: “Eso es imposible.”; “Eres muy joven.”, “Necesitas mucha plata.” o peor aún, “Debemos tener póliza, pensión, vacaciones, ahorros, cómo vivirás”
Pero la intuición, esa voz que anida en las entrañas, responde: “Anímate.”; “Inténtalo.”. Deja tu filosofía de “ojalata”: “Ojalá hubiera…”; “Ojalá tuviera…”
Un día nos damos cuenta que nadie manda en nuestra fiesta, y que -como decía Marco Aurelio, el emperador romano- “Cada uno vive la vida que pierde y pierde la vida que vive.”
La vida es un viaje y gracias a la muerte nos damos cuenta que tiene un fin; y al atardecer seremos examinados sobre el amor, según reza el poema de San Juan de la Cruz. Pero… ¿Qué cuentas daremos?
Si fuéramos eternos nunca intentaríamos, ni siquiera por un instante, realizar los sueños; siempre habría una excusa para seguir en la rutina.
Como tenemos fecha de caducidad, pasa el tiempo, vienen los años y cuando nos damos cuenta se fue la juventud y nuestros sueños envejecieron, en el desván de los recuerdos.
¿Qué quieres hacer con tu vida? ¿De dónde vienes? ¿Hacia adónde vas?. Quien sueña da respuesta a esas preguntas ancestrales.
Pero los sueños no son baratos, ni están en oferta en los supermercados. Se adquieren con disciplina, constancia, pasión, ambición, sacrificio y renuncia.
En el momento en que eliges el camino de los sueños hay que desistir de otros, para concentrarse en esa elección y vivirla con intensidad.
La ventaja del soñador es que vive en el presente, en la realidad; en eso es diferente al fantasioso, a la persona que imagina mundos inexistentes que -como bombas de jabón- estallan cuando chocan entre sí.
Martin Luther King, desde las escalinatas del Monumento a Lincoln, en Washington, dijo a una multitud -el 28 de agosto de 1963-: “Les digo a ustedes hoy, mis amigos, que pese a las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño.”
El líder de los derechos civiles murió sin ver realizado su sueño, pero no fracasó, porque lo intentó. Solo sabemos si se puede, si trabajamos por lograrlo.
A veces soñamos cosas que nunca fueron y uno se pregunta: ¿Por qué? Soñemos y nos quedaremos cortos.
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