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domingo, noviembre 24, 2024
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El arte de callar

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Digerir el día. Necesitamos tiempo con nosotros mismos para asimilar la vida, sin prisa y con mucha pausa. Una vez que callamos el ruido del mundo, y penetramos en nuestro interior, comenzamos a escuchar la voz del silencio.

Meditar es el camino más directo hacia el conocimiento de uno mismo; basta habituarse a estar sentado, con la espalda recta, en algún momento de la jornada y seguir el ritmo de nuestra respiración. Solo 14 minutos, el uno por ciento el día.

La meditación nos lleva al autoconocimiento y a comprender la realidad de quienes somos, y vislumbrar el misterio de la vida.

Quedarse quietos sirve para saber que estamos inquietos; por eso lo primero es serenarnos, apaciguar y cesar el movimiento de la mente.

Como si fuera un estanque de agua transparente; la meditación nos permite ganar claridad y profundidad, para callar el parloteo interno y penetrar en las sombras de nuestro inconsciente.

Luz y silencio. Esos son los dos frutos principales de la meditación, necesarios para alcanzar el tercero: la acción. Muchas veces nos quedamos quietos por miedo, por falta de claridad sobre quiénes somos.

Esa acción no debe ser apresurada, si no lenta. Vivimos demasiado tiempo entre el pasado y el futuro. Lo que fue ya pasó, está cristalizado en el tiempo; y lo que no ha sido, solo existe en nuestra imaginación.

La prisa nos lleva a estar en lo que viene, los deberes de mañana; la tiranía de las agendas y “el no dejes para mañana, lo que puedes hacer hoy.”

La lentitud -que no es pereza o negligencia- es una puerta abierta hacia la atención interior, para estar en lo que estamos, concentrados en lo que en ese momento realizamos, con plena conciencia.

Vivimos en un mundo acelerado, y reducir la velocidad -para contemplar el paisaje de la existencia- nos da mucho miedo, por falta de costumbre.

Un buen hábito para quitar el pie del acelerador cotidiano es reducir el volumen de la voz, hablar quedito, porque así quien nos escucha se siente obligado a prestar más atención a lo que decimos, y se establece un lazo de intimidad.

Y practicar lo más difícil: el arte de callar, tal como aconsejaba -desde el siglo 18- el Abate Dinoaurt, en un libro que lleva aquél nombre.

Ignorantes y conocedores ceden a la urgencia de opinar y decir lo que sea sobre cualquier tema; ya sea la religión, el gobierno, la sociedad, el deporte, no hay actividad humana que su palabrería no alcance.

En la música los silencios son muy importantes, porque permiten escuchar las otras notas; de la misma manera el espacio entre una palabra y otra, entre frases, dan tiempo al otro para la reflexión.

En su autobiografía, Mahatma Gandhi nos invita a callar: “Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos. Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino.”

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