Leemos para sentir que no estamos solos. Alejandro Magno, el más grande conquistador, dormía con un puñal debajo de almohada y un libro: La llíada, de Homero.
Vivimos aturdidos. Mensajes, palabras, sonidos, videos, más de seis mil impactos diarios; uno cada diez segundos, machacan nuestros sentidos, sin chance para digerirlos y sin que podamos masticarlos.
Converso con el hombre que siempre va conmigo. ¿Cómo alguien puede sentirse solo?, mientras se tenga a sí mismo.
Resulta que hace unos años, en el Reino Unido primero, y después en Japón, las burocracia pública estableció una Secretaría y un Ministerio, respectivamente, para combatir lo que parece ser el mal del siglo 21: la soledad.
Esa noche los aqueos entraron a sangre y fuego en Troya. Mientras la ciudad ardía, aconsejado por su madre -la diosa Venus- el príncipe Eneas escapó y emprendió un largo viaje, para fundar un imperio que duraría mil años.
Nada es nuestro, todo lo que creemos poseer es prestado. Los bienes materiales, las personas que amamos y hasta nosotros mismos no nos pertenecemos, solo somos eternos viajeros en busca del bien, la verdad y la belleza.
Nada dura. Nada está completo. Nada es perfecto. Pero a veces creemos que todo el universo conspira contra nosotros. Nos victimizamos. Nos flagelamos. Somos un “ay de mí”. Y clamamos al cielo: ¿Por qué me sucede esto?
Vivimos un tiempo antropocéntrico, en el cual todo está centrado en el individuo, en el culto al éxito personal a toda costa y en un narcisismo, ya de por si enfermizo.
El hombre nació libre y en todas partes está encadenado. Lo dijo Rousseau, en las primeras líneas del Contrato Social, un explosivo manifiesto por la libertad humana, que también encendió la mecha de la Revolución Francesa, en 1789.
Un informe presentado en la Comisión para el Control de Ingreso y Gasto Públicos, de la Asamblea Legislativa, recomienda sancionar a la constructora MECO y a varios exalcaldes, como Johnny Araya, de San José, y Mario Redondo, de Cartago.