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sábado, noviembre 23, 2024
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Caballero del Domingo: Vivir con belleza y sabiduría

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Fue el final de una época. Para algunos la más extraordinaria de todas, donde fueron establecidas las bases de la civilización occidental; su influencia -como sea- llega hasta nuestros días, y afecta las acciones más pequeñas de la vida.

Todo giró alrededor del orador elegido para decir el discurso, en aquella ceremonia -acontecida en el primer año de una guerra fratricida- para honrar a los muertos en la guerra entre Atenas y Esparta.

Con modestia, Pericles (495 a.C-429 a.C), subió sobre una cátedra, donde todo el pueblo lo pudiese ver y oír, y pronunció unas palabras, que 2,500 años más tarde resuenan en el tiempo.

Sabemos lo que dijo porque el historiador griego, Tucídides  (460 a.C-396 a.C), recogió el discurso en su libro Historia de la Guerra del Peloponeso, un conflicto que duró 28 años, y dio paso a Alejandro Magno, y al Helenismo.

Agarista, la madre de Pericles, soñó que paría un león; en realidad, dio a luz un sol, que alumbró la idea del “ciudadano”; un concepto hermano de la “democracia” -creada por Solón (638 a.C-558 a.C)-.

El Siglo de Pericles fue un periodo de prosperidad para las artes, la cultura y todas las manifestaciones humanas, y contenía el germen de los derechos, y la noción de igualdad de todas de las personas.

“Disfrutamos de una forma de gobierno que no tiene rival entre las instituciones de nuestros vecinos…lo denominamos democracia, ante la ley y en causas privadas, todos los ciudadanos están en pie de igualdad.”

Y señala los valores que inspiraban a esos antiguos griegos: “la belleza sencilla y la sabiduría sin afectaciones”; una vida austera, basada en la búsqueda del bien y la verdad.

También da consejos para las relaciones humanas: “no conquistamos amigos recibiendo favores, sino haciéndolos. Somos los únicos que sin angustiarnos procuramos a alguien beneficio, por la confianza en nuestra libertad”.

Era una sociedad de amos y esclavos -es cierto- pero la imperfección puede generar la perfección; y quienes la conformaban estaban preocupados por la política, es decir, el gobierno de la polis, de la ciudad.

“Nuestros ciudadanos se consagran tanto al hogar como al estado, y quienes están absortos en los negocios poseen un considerable conocimiento de la política, quien no se interesa, no solo es negligente, sino inservible.”

De esa manera, el augusto ateniense trazó la línea que debe de guiar la conciencia ciudadana, y es un modelo de reflexión política, por la confianza en las potencialidades y en el progreso humano.

Sus ideas fueron retomadas por todos los grandes estadistas; quienes se apropiaron de sus palabras, las hicieron suyas y las adaptaron.

En el Cementerio del Cerámico, Pericles identificó Atenas como la tierra de la libertad y el hogar de los valientes; y el discurso recogido por Tucídides, no fue tanto por los caídos en la guerra del Peloponeso, si no por la muerte de Grecia.

Las virtudes de los ciudadanos determinan las del estado. “Así eran estos hombres, y eran dignos de su ciudad”.




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