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martes, abril 23, 2024
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Caballero del Domingo: A veces llegan cartas

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Imágenes tomadas de internet

Todos los días llegaban a su casa tres o cuatro cartas; aún se conservan unas 50 mil, otras fueron quemadas por su amigos, por miedo a las persecuciones franquistas, durante la Guerra Civil en España y todavía después.

La escritura de cartas fue un medio de comunicación propio del romanticismo; ahora, nadie redactaría una, dominados por la “neolengua” de las redes sociales, donde lo breve suplanta a lo bueno.

Junto a las misivas, tal vez mientras meditaba la respuesta, solía distraerse con su gran pasión: la papiroflexia; era un especialista en elaborar pajaritos de papel. Él la llamaba cocotología.

A su domicilio, de la calle Bordadores en Salamanca, le entregaron a don Miguel de Unamuno (1864-1936) la carta de un amigo, de cuyo nombre no pudo acordarse.

El conocido le dice que la divisa de su vida ha sido “¡Adelante!”, pero la cambiará por “¡Arriba!”; puede que el amanuense fuera un adelantado a los cursos y libros de “Autoayuda”, tan famosos en estos días.

Ante esas expresiones el celebérrimo literato y filósofo español lo increpa; lo insta a dejar eso de “adelante y atrás, arriba y abajo, a progresistas y retrógrados, ascendentes y descendentes”.

Con gran sabiduría Unamuno avistó el siglo 21, identificó en la carta de su amigo la ansiedad moderna por salir de sí mismo, moverse en el contorno, olvidándose del ámbito interior, “el ideal, el de tu alma”.

La posición del pensador hispano es “meter” el Universo entero dentro de uno; incluso a la deidad, y no encuentra separación entre el alma universal, y la personal; es una idea cercana a las enseñanzas de los vedas hinduistas.

“Considera que no hay dentro de Dios más que tu y el mundo, y que si formas parte de este, porque te mantiene, forma también él parte de ti, porque en ti lo conoces.”

No hay diferencia entre la naturaleza y nosotros; somos lo mismo, por tanto, indagar dentro de uno, nos llevará al conocimiento del mundo exterior; es una tesis muy budista: no hay separación del yo, hacerlo, es lo que genera dolor.

“En vez de decir, pues ¡Adelante!, o ¡Arriba!, di ¡Adentro!. Reconcéntrate para irradiar; deja llenarte para que rebases luego, conservando el manantial. Recógete en ti mismo para darte mejor a los demás, todo entero e indiviso.”

Nadie puede dar aquello que no tiene. El filósofo agrega: “Doy cuanto tengo”, dice el generoso. “Doy cuanto soy”, dice el héroe. “Me doy a mi mismo”, dice el santo; y di tu con él, y al darte: “Doy conmigo al universo entero”.

Estas especulaciones no le gustaban a los fanáticos de Francisco Franco; por eso lo recluyeron en su residencia, para tenerlo vigilado. Le prohibieron escribir, dar clases, reunirse con los demás, y puede que eso lo matara.

La tarde del 31 de diciembre de 1936, nevó en Salamanca. Tenía frío y tristeza. El sueño de la muerte lo abatió junto al fuego de la chimenea; al morir, su pie tocó las llamas y ardió.



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