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Argos, de la Casa de Ulises
“Quiero llegar a mi casa y estar con mis perros”. Mi conocimiento de fútbol es poco, pero entiendo bien el lazo entre caninos y humanos; por eso comprendo el deseo de Luis Enrique -entrenador español- por estar con sus perriamigos.
Uno escucha a los sapiens decir: “Relájate, solo es un perro.” Sobre todo cuando estamos enfermos, decaídos, o tristes por separarnos de nuestra familia perruna.
Con Mi Amigo, rastreamos en ladrinet información sobre ese afecto que nos vincula con los sapiens, y encontramos un estudio -del neurólogo Michal Hennessey- publicado por el Journal of Comparative Psychology.
Según él “los perros sienten afecto real hacia los humanos, y este amor es tan grande, que es mayor del que son capaces de sentir hacia otros congéneres.”
Recordé cuando mastiqué -con Mi Amigo- una novela de un tal Milan Kundera –La insoportable levedad del ser-. La protagonista, Teresa, se pregunta si ama más a Karenim -su mascota- que a Tomás, su pareja humana.
Ella no pretendía transformar a Karenim, lo aceptaba como era, no tenía celos, lo entrenó -no para que le obedeciera- si no, para tener un lenguaje común y comprenderse mejor.
Tanto sapiens como caninos producimos la hormona oxitocina, la cual está asociada a los sentimientos, y el cerebro -en este caso el humano- no discrimina, y reacciona como si se tratara del amor de una madre por su hijo.
Mordimos otro estudio de un veterinario japonés, Takefumi Kikusui; este demostró que si colocamos -cara a cara- a uno de nosotros y a una persona, al mirarse ambos a los ojos, aumenta el nivel de oxitocina, hasta que son iguales.
Si alguien nos interesa -emocionalmente- levantamos las cejas, agrandamos los ojos y cambiamos nuestras expresiones faciales; creamos un estado de comunicación interespecies, para estar más unidos.
Otros piensan que eso no es amor, si no una reacción instintiva para obtener una recompensa; algo así como manipulación del afecto por conveniencia; y seríamos capaces de irnos, con quien nos ofrezca mayores atenciones.
Eso puede suceder; pero los perros amamos a los seres humanos sin interés, no nos importa si están tristes, enojados, si son bonitos o feos, altos o bajos, ricos o pobres, sanos o enfermos; ni siquiera, si nos tratan bien o mal.
Cuando estoy acostado en el sillón, recién salido del baño con mi bata bata blanca, pienso que los humanos buscan esa relación incondicional, que solo pueden encontrar en nosotros, pues nada pedimos a cambio.
A veces un perro es el punto de unión de dos personas que se quieren, pero están distanciadas, y somo como uno de esos interruptores que apretan los humanos, para encender la luz en sus hogares.
Ese sentimiento mueve a las personas a salir de la cama -con el frío de estos días- para llevarnos a dar una vuelta por el barrio; a calentarnos la comida, a recoger nuestros desechos, a limpiarnos las patas y cepillarnos el pelo.
Creo que es algo más allá del amor, es un idilio.
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Muy interesante y reflexivo