Argos, de la Casa Ulises
Sabía mucho, hasta que fui a la escuela. Algo así me dijo Mi Amigo mientras caminábamos hacia la peluquería, la de él; yo voy al “grooming”, pero prefiero andar greñudo y con los faldones llenos de nudos.
El tema salió al paso porque -a veces- cuando salimos a pasear, yo quiero cruzar la calle y él desea seguir por la acera; entonces entierro en el suelo las dos patas traseras, y de ahí ni con grúa me mueven.
Los schnauzer somos un poco tercos; y un entrenamiento sonaba ideal para aprender algunas reglas básicas de comportamiento, con mis congéneres y los humanos.
Así fue como un sábado llegó Nelson, el “dog trainer”; debo confesar que usan muchas palabras en inglés y yo ladro muy poco en ese idioma, si bien tengo un pariente -Dodji- que lo mastica a la perfección.
Lo recibí como a todos los intrusos; lo olisquié, le gruñí, le ladré a distancia y lo seguí con la mirada. Me pareció de confianza y lo dejé tranquilo. Incluso cuando estaba sentado, subí al sillón y le puse la patas en la espalda.
Mi Amigo le contó cómo nos conocimos, sobre mis padres y hermanos, la rutina diaria y la relación que teníamos; con esos datos elaboró algo así como un perfil psicológico mío y nos dio unos consejos, para que yo “obedeciera”.
Los sapiens deben respetar nuestra naturaleza, somos caninos, no personas; tenemos conductas diferentes y eso de “humanizarnos”, nos “desperriza”; cada especie debe comprender a la otra, para llevarse bien.
Nelson explicó que los hábitos son muy importantes en nuestra vida: la hora de la comida, la del paseo, la de reposar y el lugar que tenemos en la manada familiar. Si uno carece de rutinas diarias, vive a pata suelta.
La clase se puso bonita cuando Nelson le dijo a Mi Amigo que debía prestar atención a mi lenguaje corporal; y -como soy muy perceptivo- demostrar seguridad, confianza y comunicarse conmigo, para estar de acuerdo.
Así que de una vez pasamos de la teoría a la práctica. Fuimos a la acera y ahí practicamos tres acciones: caminar uno al lado del otro, yo a la izquierda; dar la vuelta y sentarme. Con más entrenamiento podré quedarme quieto, sin correa.
Aprendimos algunos trucos. Mi Amigo siempre debe caminar un paso delante de mi; él entra y sale primero de todos los lugares, porque así él controla el espacio y me siento más seguro.
Todavía faltan más lecciones, el aprendizaje conlleva mucha repetición y coordinación; deben dirigirse a mí con términos claros, siempre iguales, en el mismo tono y premiar -con un bocadillo o mimos- mi buena conducta.
Con un buen entrenamiento todos seremos felices, porque cada uno cumple su papel; no me pondré furioso cuando me tope un perrote en el camino, manejaré mis emociones frente a los desconocidos y acataré las instrucciones.
¿Qué aprendimos? A tener constancia, paciencia, atención y diversión, porque la vida es un carnaval… y las penas se van cantando…
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