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jueves, abril 25, 2024
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Soy un sentimental

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Argos, de la casa de Ulises

Debo confesarlo. Me emociono mucho cuando Mi Amigo se va, y más cuando regresa; brinco, corro por toda la casa, me guindo de sus piernas, muevo la cola, jadeo, gimoteo y hago mil piruetas.

Cuando estoy en la cama -bajo las cobijas- pienso si los caninos tenemos adentro un interruptor emocional, o algo que se activa -como una lucecita- cuando estamos en presencia de alguien agradable.

Unos arqueólogos – humanos dedicados a desenterrar ciudades y otros objetos- encontraron los huesos de una mujer enterrada  -hace unos 14 mil años- junto con un cachorro y ella lo tenía abrazado.

Esos descubrimientos, y muchos parecidos, prueban que hay una conexión particular entre personas y caninos; parecida a la amistad y para muchos igual al amor.

¿Cómo expresamos ese cariño hacia los sapiens? en especial con quienes nos cuidan, y son los “jefes” de la manada.

Me encanta dormir con Mi Amigo; brinco a la cama y me hago un rollito junto a la almohada, o me acuesto y estiro las patas todo lo que puedo. Nos gusta estar en grupo, para damos protección y calorcito mutuo.

Otra forma de mostrar mi afecto es mordisquear las tenis, sandalias o medias; me regañan -por supuesto- pero me atrae el olor a Mi Amigo y así le digo que me gusta mucho.

Los caninos tenemos un lenguaje particular del amor. Manifestamos gratitud cuando queremos jugar y le llevamos nuestro juguete favorito, para pasar un rato divertido y eliminar el “estrés”. Es como si le diéramos un regalo.

También cuando me subo a su pecho, o sobre los pies o piernas, marco mi territorio y le digo a todos que ese humano es mío, y no pretendo compartirlo con nadie.

Por eso lo persigo por toda la casa; apenas él se levanta y camina, salgo en carrera para estar a su lado; nunca pierdo ni un detalle y aunque parezca que estoy dormido, sigo sus movimientos con mi oído y olfato.

Cuando Mi amigo se tumba en el piso aprovecho para darle sus buenos lametones en la frente y chuparle los brazos, o morderle, suavecito, los tobillos.

Si estoy en “modo mimoso” me tiro panza arriba y me acarician la barriga; así soy muy vulnerable e indefenso, pero confío en que recibiré unos deliciosos masajes.

Los caninos somos alérgicos a todo tipo de toqueteos; los toleramos para complacer a nuestros amigos humanos. Ellos  se comunican por el tacto, nosotros por el olor.

El mayor gesto de cariño es mover el rabo; lo hacemos cuando estamos emocionados, o queremos expresar miedo, sumisión, dolor o depresión.

Los caninos somos “seres sintientes” y podemos expresar emociones como miedo, ira, alegría y sorpresa; no somos robots.

Una de nuestras especialidades es crear un espacio emocionalmente seguro, transmitir tranquilidad o energía, captamos muy bien el estado de ánimo y nos acomodamos rápido a las situaciones.

Ladro, para mi mismo, que así como el amor necesita a quien amar, cada humano necesita un perro, y cada perro, un humano.

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