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martes, julio 29, 2025
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Opinión | Importar o producir comida: la decisión que define nuestro futuro

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Por Álvaro Sáenz S / Empresario del sector agroindustrial, expresidente de Uccaep y miembro del Consejo Rector de Banca para el Desarrollo.

Vivimos una época en que los grandes discursos económicos exaltan al consumidor como el rey de la economía. Pero, ¿qué pasa si ese consumidor deja de producir?

La economía de un país no se sostiene solamente con acceso a precios bajos. La riqueza no se crea en la caja del supermercado, sino en el campo, en las fábricas, en los talleres.

El consumo sin producción es un espejismo que desmantela lentamente nuestra capacidad de sostener el bienestar y frenar el avance vertiginoso de la desigualdad, causa fundamental de las debacles electorales.

La recesión agropecuaria es alarmante. Un colón reprimido hace que las importaciones sean baratas, pero castiga al productor nacional. 

Disminuyen las exportaciones, se reduce el empleo, aumenta la pobreza, se abre la puerta al narcotráfico y se resquebraja la estabilidad social y la seguridad en las calles que tanto nos enorgullecía.

¿De qué nos sirve una sociedad con salud y educación públicas si no hay empleo rural digno para sostenerla? El trabajo es la tercera pata del banco. Si se rompe, todo cae. No se puede sostener un país solo con consumismo y buenas intenciones.

La producción agropecuaria, con su encadenamiento de procesos, genera riqueza real en comunidades que hoy están olvidadas. Es democracia económica en acción: tierra, capital, conocimiento, tradición y esfuerzo.

Y, sobre todo, tiempo. Algo que los promotores de la competitividad a corto plazo, a la carrera, no entienden o no les importa.

Mientras tanto, el crédito en el Sistema Financiero Nacional sigue concentrado en consumo: 65% para casas, carros, tarjetas de crédito. Solo el 35% se destina a producir bienes y servicios. ¿Y decimos que estamos sanos? Nuestra estructura de crédito, sangre de la economía, está anémica.

La entrada a tratados comerciales para importadores, como lo es el Acuerdo Transpacífico, es otra puñalada al productor y exportador agropecuario nacional. Lo vimos con el arroz; lo estamos viendo con la papa y la cebolla. Lo veremos con otros productos esenciales. 

El control de la comida es poder, y lo estamos regalando. Los oligopolios de importación son perversos. La comida la venderán no al precio de producirla, sino al precio que puedan pagar los de mayores ingresos.

¿Y los demás? A merced de promesas políticas que solo siembran frustración y, con esta, el populismo y la erosión democrática.

Costa Rica no necesita más tratados de consumo acompañados de sus falacias de beneficios de una globalización que va concluyendo. Necesita producir. Necesita agricultores, pescadores, empresarios y jóvenes que vean en el trabajo una esperanza.

No podemos permitir que nos arrebaten lo que generaciones construyeron con sudor, porque además, reconstruir la capacidad productiva instalada, una vez arrasada, es casi imposible.

Si no defendemos la producción hoy, mañana será tarde. No lloremos como niños lo que no supimos defender como adultos.


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