
Emprendedurismo y Desarrollo Personal
Por Doris Molina Mora dorismm@me.com
Las mujeres han crecido en una sociedad, que establecía los roles de género como incuestionables.
Desde niñas, aprendieron a priorizar a los hombres en pequeños gestos cotidianos. Las abuelas insistían en mantener la casa impecable, requisito para ser una buena esposa y madre.
Mientras sus hermanos gozaban de libertad, a ellas les pedían recato y discreción. Así se perpetuaban patrones que parecían naturales, sin espacio para cuestionarlos. No porque quisieran, sino porque así las formaron.
Las mujeres miran a sus esposos, padres, hijos y amigos y quieren que sean distintos.
Pero ¿Cómo exigirles que no sean lo que fueron preparados para ser?
Cuando caen en la cuenta de que también perpetúan esos mandatos, entienden que el problema es más grande que una intención personal. Es una estructura que ha atravesado generaciones.
Las madres enseñaron a sus hijas a ser fuertes. Pero también les inculcaron que el sacrificio era una virtud femenina. Las abuelas fueron matriarcas, sin embargo, les transmitieron la necesidad de conocer y aceptar su lugar.
Al mirar hacia atrás, se ven mujeres que sostuvieron familias enteras. Que amaron, que educaron, que protegieron. Pero también mujeres que callaron sus sueños, cedieron su espacio y postergaron su bienestar.
Y así, también fueron machistas, sin darse cuenta.
Ser hija, esposa, madre y hermana permite ver la complejidad de estos roles.
Se ve a los esposos cargar con la presión de proveer. Los padres envejecen sin saber cómo expresar sus emociones.
Los hijos crecen atrapados entre la expectativa de ser fuertes, y la necesidad de ser amados. El machismo no daña solo a las mujeres. Nos perjudica a todos.
Nos empuja a desconectar la humanidad de la fortaleza, como si fueran incompatibles; medirnos según patrones que nos oprimen, de formas distintas.
Pero si se aprende, también se puede desaprender. Cuestionar no significa atacar. No es una guerra entre géneros. Es una revisión de lo que queremos conservar y lo que queremos transformar.
Al final, la historia de cada generación no es una ruptura con la anterior, sino una evolución.
No es cuestión de culpas, sino de recoger lo valioso del pasado y avanzar con conciencia.
Las mujeres también fuimos machistas, porque así nos criaron. Pero ahora que lo vemos, podemos decidir no seguir siéndolo.
Siempre es posible cambiar, y ese cambio comienza en casa.
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