Emprendedurismo y Desarrollo Personal
Por Doris Molina Mora dorismm@me.com
No tengo recuerdos de mi madre volando. Nunca la vi levantar muebles con una sola mano, ni correr a la velocidad del rayo. No tenía capa, ni botas, ni cinturón de herramientas.
Al contrario, tenía un delantal con una mancha de salsa, un par de manos que olían a crema de caléndula, y un cansancio que empezaba en los pies y le trepaba al alma. Pero nunca dijo nada. Solo seguía.
Cuando se habla de supermamás, pienso en un error semántico. Como si el amor necesitara efectos especiales, y lo extraordinario solo pudiera demostrarse haciendo mucho, corriendo siempre o aguantando de más.
Pero la verdad es otra. Lo verdaderamente extraordinario es que haya madres que aman sin esperar medallas, llegan a la noche con las fuerzas justas, y todavía se dan tiempo para doblar una pijama pequeña o dar un beso dormido.
He visto madres llorar en silencio para que sus hijos no las vean tristes, otras romperse por dentro sin estropear nada alrededor, y muchas que callan sus miedos para que los demás tengan calma.
Hay muchas otras que cargan culpas ajenas como si fuera parte del uniforme.
Y sin embargo, hay algo en ellas que no se rinde, ni busca aplausos, y que tampoco se aprende en libros o se mide por logros.
Eso, justamente, es lo que vuelve súper a una mamá. No porque pueda con todo, sino porque elige amar incluso cuando no puede más.
Así que, mamá, no necesitas demostrar que eres más. Con lo que eres, ya nos diste todo.
Porque el amor, cuando es verdadero, no necesita disfraz. Y tú, sin saberlo, te volviste nuestra forma más sencilla y más profunda de entender lo que es el amor.
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