Argos, de la casa de Ulises
La policía humana rescató a tres caninos que unos sapiens malvados tenían enjaulados, encadenados y en condiciones salvajes; flacos, desnutridos y aterrorizados.
Puede que las leyes condenen a esos agresores, pero si fuera por nosotros aplicaríamos las de la naturaleza: “ojo por ojo, colmillo por colmillo”.
Me refiero a esos desalmados, pues debo reconocer que la mayoría de los humanos -en este y otros países- aman a sus canes, así como a los gatos, los pájaros, los peces, conejos, reptiles y otras mascotas muy simpáticas; los cerditos, por ejemplo.
Gracias a mi buen oído -aunque el olfato es mi fuerte- escuché que el cuidado de “animales” de compañía movió más de 150 mil millones de dólares, solo en Estados Unidos, Europa, América Latina y Japón, por gastos en comida, medicinas, accesorios y servicios.
Desde hace unos 35 mil años los caninos y los sapiens firmamos un pacto de cooperación, solidaridad y ayuda mutua, que respetamos porque nuestro ladrido es ley, y por eso un día muy lejano perros y humanos chocamos patas y manos.
Lo hicimos basados en el libre albedrío, ese don que nos concedió el Gran Perro; nosotros cedemos una parte de esa libertad a los sapiens, porque somos seres domesticados, en el sentido más amplio de esa expresión.
Los humanos llaman doméstico a todo lo relacionado con el hogar, con lo casero y al vínculo creado por la confianza de la vida en común.
Me gusta recordar la historia de un primo nuestro, un zorro rojo que una vez conoció -en un desierto- a un principito, o algo parecido, quien lloraba amargamente porque había perdido una rosa. ¡Qué raro! Uno puede ladrar por perder un hueso. ¿Pero una rosa?
El niño pretendía jugar con mi pariente, pero este le dijo que para eso debían acercarse, poco a poco, y domesticarse por medio de la convivencia, para que cada uno fuera necesario para el otro.
Eso es la domesticación para nosotros. Los caninos y humanos nos necesitamos, porque esa es la base de la milenaria amistad entre nuestras razas.
Esa conexión nos mantiene unidos porque todos necesitamos de los demás, somos seres sociales, requerimos confianza para amarnos como seres diferentes.
Cuando el zorro y el principito se despidieron, este le dijo: “Los hombres han olvidado este secreto, pero tú debes recordarlo. Eres responsable de quien haz domesticado.”
Debemos recordar a los humanos su compromiso con nuestra crianza y protección. Nosotros nunca los abandonamos a ellos; si la desgracia tuerce su suerte, queda sin dinero y sin familia, el único privilegio que pedimos es acompañarlo y defenderlo contra el peligro.
Y cuando llega su hora final, y los demás sapiens siguen su camino, junto a la tumba solo quedará su noble amigo, con la cabeza entre las patas, los ojos tristes, alerta y vigilante, fiel hasta la muerte.
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