Los caninos somos animales de costumbres. Eso dicen los humanos de nosotros, pero antes de juzgarnos deberían observar como tienden a repetir lo mismo, en especial cada fin de ese ciclo que ellos llaman año.
Olisqueo cuando se acerca el último día, porque retumba en mis oídos esa melodía tan pegajosa, “¡Ay, yo no olvido el año viejo…!” y lo peor, esos estallidos en el cielo que nos dan tanto susto, porque no sabemos su causa.
Como siempre, compartiremos en familia; comeremos algo rico, y después regresaré para recibir el Año Nuevo bien dormido, debajo de mi deliciosa cobija.
Eso soy yo, pero leí en ladrinet que los sapiens celebran diferente el acontecimiento, con rituales de todos los colores y sabores.
Los italianos se atiborran de lentejas; al parecer lo aprendieron de sus antepasados los romanos, quienes comían esas legumbres pues según ellos se convertían en monedas de oro. Cuantas más comen, más ricos serán.
Nada como los japoneses. La última noche del año, en los templos budistas, las campanas repican hasta 108 veces, dicen que una vez por cada pecado cometido. ¿Qué pecados cometí? En un paseo maté una gallina, más por instinto que con intención.
En India celebran el Diwali, entre el 21 de octubre y el 19 de noviembre, pues ellos tienen otro calendario; es la Fiesta de las Luces, como nuestro Festival de la Luz. Lo hacen en honor a Lakshmi, la diosa de la riqueza y prosperidad.
Algo parecido ocurre en Escocia. Del 31 de diciembre al 2 de enero, llenan las calles de antorchas, fuegos artificiales, barriles llameantes y queman todo lo que pueden, para espantar los malos espíritus. Me gusta el fuego, pero de larguito.
Los rusos acostumbran escribir una lista de sus propósitos -el mío es obedecer cuando me llamen-, después queman el papel y colocan las cenizas en una copa con licor, y lo beben en el primer minuto del nuevo año.
De las tradiciones más conocidas recuerdo la de Nueva York; ahí hay una calle llamada Times Square, adonde acuden miles de personas para ver una enorme bola que cae, 20 metros, desde un edificio.
Como el Año Nuevo comienza y termina en horas diferentes, pienso ver las celebraciones acomodado en la cama con mi manada humana; el primer lugar en festejar será la República de Kiribati, en Oceanía.
Y el último sitio será en Hawaii. Ellos despiden la Nochevieja con danzas, collares con flores, juegos de pólvora y unas grandes fiestas en las playas.
Son interminables y raras las maneras en que los humanos despiden el año. Los daneses rompen platos; en Sudáfrica tiran muebles por las ventanas; los filipinos usan ropa con lunares y regalan monedas.
Es indiferente cómo lo hacen; mi felicidad consiste en estar con las personas que más quiero; me da igual el lugar o las condiciones, porque para mí todos los días son nuevos, no guardo rencores, no me aferro al pasado, vivo en el presente.
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