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jueves, noviembre 21, 2024
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Mascotas: Un fraile bigotón

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Argos, de la Casa de Ulises

Como buen fraile ora y labora. Tenía un mes cuando llegó al convento de unos franciscanos, en Cochabamba -Bolivia-, y lo adoptaron. Le encajaron un hábito café; hizo los primeros votos, y lo llamaron Fray Carmelo.

Los perros somos los animales más humanizados que existen; en ladrinet Fray Carmelo es una celebridad, y jadeo de felicidad por él.

Resulta que una parte de mi perrifamilia se fue -en Semana Santa- a Guatemala, y desde allá me ladraron la historia del “fraile bigotón”.

También conocieron unas iglesias muy antiguas y participaron en las procesiones, que según Mi Amigo, son patrimonio cultural de la humanidad.

Entiendo poco de esas cosas de los sapiens, pero todo lo que sea callejear y olfatear nuevos lugares, me pone las cejas paradas.

Así que abrí los ojos, levanté las orejas y acomodado en mi sofá, presté atención a los cuentos de los viajeros, quienes por cierto regresaron contentos y con la promesa de que, en el próximo paseo, iré con ellos.

Vi los videos y fotos de la procesión más grande del mundo, organizada por la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios. Cada Viernes Santo 140 humanos -quienes cambian de cuadra en cuadra- cargan una imagen del Cristo Yacente.

La figura va sobre “un anda” -una plataforma de madera- que mide como 25 metros de largo y dos de ancho; y -a creerle a mi manada- pesa unas 2,500 libras.

Estos recorridos son muy extensos, me aullaron que algunas procesiones comienzan a las diez de la mañana, y acaban a las dos de la madrugada, mientras niños, jóvenes y ancianos rezan, cantan y se balancean, como barcos.

Por lo que me contaron, también había varias procesiones simultáneas, y los fieles -esa palabra ya la había escuchado aplicada a nosotros- adornan las calles por donde pasa la procesión.

Son unas alfombras con diseños artísticos. Usan flores, semillas y matas; usan aserrín teñido de colores, y lo mojan para evitar que el viento lo arrastre.

Todo lo hacen con mucho respeto y devoción, ninguno de nosotros se animaría a levantar la pata en ese lugar. Los perros sabemos comportarnos.

Me puse panza arriba para escuchar mejor, porque me interesó conocer más detalles del ambiente; la gente carga cruces, banderas, estandartes, candelas encendidas -de todos los tamaños-, llamadas cirios.

En las aceras las familias ven pasar las “andas” con las imágenes; una banda de músicos acompaña el cortejo.

Me llamó la atención unos cachorros sapiens, quienes -vestidos con trajes de color morado- cargaban una de esas plataformas.

Por supuesto que debajo de la estructura había adultos para ayudarles, pero se veían muy serios -e ilusionados- en esa tarea.

Las otras anécdotas del viaje a Guatemala fueron divertidas, pero ya era tarde y puse la cabeza en la almohada.

Recordé a Fray Carmelo, contento, corriendo por los claustros del convento; supongo que él habla con El Gran Perro; no se que le aullará, pero seguro vela por nosotros y los humanos, para que vivamos en paz.



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