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Mascotas: La gran manada perruhumana

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Argos, de la Casa de Ulises

Lo vi desde arriba. Clavé con firmeza mis patas en esas gradas que se mueven solas, y uno siente que se va de cabeza. Bajé; me acerqué, parecía de verdad; lo olí, le di una vuelta, como no se movió, lo oriné.

En el centro comercial noté que había varios así, cada uno tenía una taza de comida y me cayó el hueso: ¡Eran figuras parecidas a mí!, para indicar que en esa tienda, éramos bienvenidos, a lo gringo: “pet friendly”.

Hace muchos años -dice Mi Amigo- nosotros vivíamos encerrados en los patios de las casas, amarrados a un árbol y esclavizados como guardianes, carecíamos de derechos y nos consideraban como “cosas”, propiedad de alguien.

En estos días, disfrutamos del aprecio de los sapiens y -aunque todavía existe el maltrato canino- compartimos la vida con los humanos, en un marco de respeto mutuo.

Donde quiera que veamos hay un perro; sin distinción de razas nos paseamos por aeropuertos, tiendas, restaurantes, parques, oficinas, escuelas, aviones, buses, uber, taxis, trenes, barcos y a pata. Parece una invasión perruna.

Sería difícil imaginar una sociedad sin caninos; cada día ganamos más espacio, porque -además de las habilidades conocidas- proporcionamos compañía, afecto, salud y protección, y superamos la barrera del “amo” y la “mascota”.

Evitaré ladrar sobre los beneficios de nuestra relación con los cachorros sapiens; les enseñamos amistad, confianza y responsabilidad; o con jóvenes, adultos, ancianos. La edad -como la pinta- es lo de menos.

Psicólogos, científicos, veterinarios, etólogos, una amplia variedad de expertos, estudian con interés la coexistencia y convivencia de caninos y humanos; producen mucha información  y está disponible en ladrinet.

Ladro de los perros, pero el mismo fenómeno ocurre con todas las especies; la prensa publica constantes noticias sobre esas criaturas, que algunos llaman “animales no humanos”.

Masticando un poco más este “huesunto”, debo señalar que nuestra incorporación en la vida social, no es tan sencilla como matar pulgas.

Ayer en un café, mientras Mi Amigo tomaba un capuchino y yo babeaba una galleta, ladramos sobre las medidas que debíamos tomar cuando salíamos juntos, a lugares donde compartíamos perros y gente, por aquí y por allá.

Para empezar, nuestra idea del espacio es muy diferente a la del sapiens; incluso, no olfateó diferencia entre Mi Amigo y yo, siento que somos un solo organismo, por eso no me agrada que me deje afuera cuando él entra al baño.

Igual lo de andar con correa, cadena, arnés, collar, si corta o larga; suelto a mi aire o quieto como una estatua -de esas que mencioné están a la entrada de las tiendas-.

Escarbaré más en esos “perritemas”, pero quiero levantar mis orejas sobre uno que me huele importante: ¿La felicidad?. Y esta se relaciona con la libertad, porque un perro sin libertad, no es feliz.

Necesitamos calidad de vida; un espacio diario para correr, olfatear, conocer otros camaradas -si es que nos ladra la gana-, explorar los alrededores, compartir con otros humanos, en resumen: vivir y dejar vivir.




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