Argos, de la Casa de Ulises
Esta semana me echaré en la casa. Aprovecharé para aullar algunas ideas, ladrar y ver -como todos los años- las pelis de Semana Santa, que le gustan a Mi Amigo, sobre todo la carrera de caballos en Ben Hur.
Los humanos son incomprensibles, todavía más cuando dicen que nosotros somos seres rutinarios, acostumbrados a repetir lo mismo día con día.
Como a nadie le falta Dios, los caninos tenemos nuestro guardián celestial, que es San Roque; un joven rico francés -quien vivió hace mucho, pero muchos aullidos – y repartió su fortuna entre los enfermos, desvalidos y pobres.
Dicen que San Roque enfermó de la peste del cólera y huyó al bosque, a morir solo para no contagiar a sus paisanos. Nadie le ayudó -para variar- salvo el perro de un labrador, que lo descubrió y le llevaba pedazos de pan para alimentarlo.
Por eso este muchacho es nuestro protector; otros le endosan ese deber al Arcángel San Rafael, porque en muchas pinturas corre acompañado de un canino, junto a un tal Tobías.
Yo creo en el Gran Perro; él nos cuida, nos lleva donde sapiens buenos que nos dan un hogar, afecto y todo lo que necesitamos para vivir con dignidad, como uno más de la manada humana, solo que con cuatro patas, cola y mucho pelo.
Todo eso está muy bien, pero los huesos no caen del cielo. No solo esta semana, si no durante otras festividades largas, los humanos deben asumir una serie de cuidados con los caninos.
Como somos una familia perrihumana, antes de irse de viaje -y por supuesto llevarnos- lo primero es averiguar si el sitio es “pet friendly”; revisar las fotos del lugar y verificar que es seguro.
Una vez brinquemos esa fase -y en especial si salimos del país- hay que verificar los documentos del viaje, permisos sanitarios, vacunas y los certificados del caso, para que podamos ingresar sin problemas.
Llegará el día en que podremos cruzar las fronteras moviendo la cola, y las aerolíneas nos den nuestro lugar, como un individuo más de la familia humana.
Mientras tanto, haremos turismo nacional, eso significa prepararnos bien. Mi olfato perruno indica que es necesario llevar un botiquín básico, para quitar espinas, curar pequeñas heridas, desinfectante y desparasitantes.
En las playas y montañas hay bichos microscópicos que nos atacan; por no citar las pulgas, garrapatas, o picaduras de insectos, capaces de pegarnos un buen susto y arruinar el paseo.
Tengo mi perriuber, una maleta donde me transportan; pero también otra para todos los chécheres que necesito y estar a gusto: mi cobija preferida, las tazas para el agua y la comida, el arnés, la correa, los paños y bolsitas desechables.
Una pequeña dosis de un calmante -dos horas antes del viaje- nos ayudará a evitar mareos; igual, debemos tomar bastante agua y parar -ojalá cerca de un árbol- para levantar la pata y bautizarlo.
Parecen muchas indicaciones, pero somos parte de la manada, y la idea es ladrar todos juntos.
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