Argos, de la Casa de Ulises
Andaba en mi paseo dominical; esta vez fuimos allá por el Parque Nacional, tenía ganas de conocerlo, porque hay mucho campo, árboles grandotes y -si me soltaban la correa- podía correr, subirme a las bancas y olisquear las matas.
Escuché en radioaullido que habría un desfile de 13 bandas, porque San José celebraba 200 años de ser la capital del país; apenas me imagino ese montón de tiempo, pues a duras penas los perros vivimos entre 12 y 16 años.
Paré las orejas en cuanto escuché el ¡Tan, tarán, tan, tan! de los tambores; el ¡tarara!; ¡tarará!; ¡tararí!; ¡tururú!; ¡turututú!; ¡tuturutú!, de las trompetas, y otros sonidos que me cuesta repetir.
A los caninos la música nos relaja; ojalá ritmos lentos y frecuencias bajas; si es más compleja, o altisonante, nos ponemos nerviosos, tensos y ladramos; los sapiens olvidan que escuchamos cuatro veces mejor que ellos.
Unos científicos realizaron un estudio y concluyeron que a los perros nos encanta escuchar piezas clásicas, en especial: Las cuatro estaciones, de Vivaldi; la Quinta sinfonía o Para Elisa, de Beethoven; El Danubio Azul, de Johann Strauss.
Estaba con mi manada por el Museo Nacional, y cuando capté los primeros sonidos, terminé de marcar un arbolillo; tiré de la correa y salí disparado.
De camino vi muchas familias perrihumanas en las aceras, a la orilla de Avenida Segunda, esperando el desfile; las mascotas tenían la lengua afuera, por el intenso sol.
Hice una parada en el Teatro Nacional para beber agua; siempre cargamos de todo para hidratarme, las toallitas húmedas, las bolsitas para los desechos y, cuando me canso, rasco las piernas de Mi Amigo y me alzan.
El día estaba como una plancha ardiente y por eso me cargaron; el asfalto o el piso de las aceras se recalienta y me quema las almohadillas de las patas, y me puede ocasionar una lesión muy grave.
Y si a uno lo llevan en los regazos o lo montan en el cuello, pelo los colmillos de la satisfacción: ¡Hay que dejarse querer!
Los vestuarios de los artistas eran muy coloridos; presté atención a todos los movimientos que hacían; llevaban banderas gigantes, realizaban maromas con unos bastones y bailaban, al ritmo de cada pieza.
Conocí a una humana muy simpática y alegre, María Paula Madrigal. Con ella ladré un ratito porque era la única mujer directora; sustituyó a su papá, en ese cargo en la Banda Comunal de Orotina.
Todas las agrupaciones eran espectaculares; esa me llamó la atención, con sus trajes tan coloridos y María Paula bailaba, se movía entre los músicos y me contagió su alegría.
Me contó que son 215 humanos, todos jóvenes; ensayan mucho y participaron en otros desfiles, como el Festival de la Luz, en diciembre.
Después de tomarnos una foto, les ladré un hasta luego; regresé y de camino tarareaba -en mi cabeza- la canción de Cat Stevens, I love my dog: “Amo a mi perro..todo lo que necesita es amor y sabe que lo conseguirá…”
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