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jueves, abril 25, 2024
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Ladramos porque no queremos hablar

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Argos, de la Casa de Ulises


Una mañana de estas llegó un tipo y miró a través de la verja. Yo estaba en el jardín, calentándome los huesos con el calorcito veraniego; lo olí, lo vi, lo sentí y me puse furioso. Ladré, brinqué y corrí para que salieran a ver qué ocurría.

Me extrañó que nadie atendiera, y entré a la casa a buscar a Mi Amigo. Estaba oscuro; lo esperé arrecostado en la cama. Al ratito salió del baño, quejándose porque de un pronto a otro, se había “ido la electricidad”.

-“¿Por qué hacías tanta bulla?” -y agregó- “Cuando Argos ladra hay que atenderlo, algo pasó, y él lo advirtió, pero nadie hizo caso”. Entonces, fue a revisar y -me dieron la razón-: ¡Cortaron la luz! Fue el fulano que estaba en la acera.

Esta anécdota me sirve para contarles, que los caninos nos comunicamos con los sapiens, entendemos hasta 160 de sus palabras, y podemos expresarnos con sonidos -de varios tipos- y nuestro lenguaje corporal.

Quien se refirió a nosotros como “amigos mudos” estaba equivocado, porque hablamos con los ojos, las orejas, la cola, la postura; y en lugar de ser silenciosos: chillamos, gruñimos, resoplamos, gemimos, suspiramos, bostezamos y aullamos.

Después de pasar un rato adormecido en el sofá me levanto; voy adonde Mi Amigo, y me siento a su lado; lo veo y comienzo a jadear, silenciosamente; lo aruño con mis patas delanteras, y para que me haga caso lo muerdo suavecito.

Y unos minutos más tarde vamos para la calle. Cuando quiero regresar a la casa, brinco, giro sobre mis patas traseras, me planto, tiro de la cuerda y regresamos.

Los caninos respondemos a los elogios, los regaños y a la indiferencia. Un científico utilizó unos escáneres cerebrales, y demostró que nosotros además de escuchar las palabras que nos dicen, captamos el tono usado al decirlas.

Por eso movemos la cola cuando nos hablan con cariño o nos elogian; nos agobiamos con los regaños, o nos enojamos con el desprecio. Me agrada cuando Mi Amigo sale y se despide, me rasca la cabeza y dice: “Espere, ya vengo”.

Ni los científicos se atreven a negar que poseemos un lenguaje,  no como el de los humanos, pero casi al nivel de un niño de dos años. Hablamos entre nosotros, con los animales que escuchamos, más allá de las paredes y las puertas cerradas.

Le ladré eso a Mi Amigo y en ladrinet encontramos mucha información; en el 2004 un border collie, llamado Rico, aprendió a buscar más de 200 objetos, con solo escuchar el nombre: “peluche”, “muñeca”, o “pelota”, por ejemplo.

Las investigaciones demuestran que -según la inteligencia- algunos camaradas pueden aprender palabras nuevas, con solo escucharlas unas cuantas veces.

En mi caso conozco bastantes. Apenas escucho: ¡El almuerzo!, salgo como una exhalación por el pasillo hacia el comedor; o “¡Tome!”, “¡Vamos!”, “¡A dormir!”, y tuerzo la orejas para otro lado cuando me dicen: “¡Quieto!”; “¡No grite!”, “¡Tranquilo!” o “¡Venga!”.

¡Podemos decir tantas cosas, sin pronunciar una sola palabra!

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