Wadi Halfa, Sudán | AFP En el patio arenoso de una escuela transformada en refugio para desplazados en el norte de Sudán, dos niños se pasan con desgana una pelota. A su alrededor, decenas de adultos esperan con letargo, atrapados entre la guerra y la frontera con Egipto.
No hay mucho por hacer en la localidad de Wadi Halfa, a unos 20 km del país de los faraones.
Y sin embargo, allí se hacinan, según activistas, casi 25.000 desplazados con la esperanza de llegar al país vecino y escapar a la guerra estallada el 15 de abril entre el ejército regular dirigido por Abdel Fattah al Burhan y los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) del general Mohamed Hamdan Daglo.
Del millón de refugiados sudaneses escapados a los países vecinos, 310.000 se fueron a Egipto. Pero miles de sudaneses siguen bloqueados cerca de la frontera.
El arquitecto Aref al Zubeir huyó a Wadi Halfa en el primer mes del conflicto. “Perdí mi pasaporte. Espero a que me entreguen uno nuevo desde mediados de mayo”, explica a la AFP.
En lo que solía ser un aula de la escuela, el hombre de 36 años duerme sobre un fino colchón en el suelo.
“Envié a mi familia a El Cairo, cuando viajar todavía era fácil”, cuenta.
Al principio de la guerra, solo los hombres de menos de 50 años necesitaban visados para acceder a Egipto. Las mujeres, los niños y las personas mayores estaban exentas.
Pero El Cairo endureció después las condiciones de entrada para frenar el flujo de refugiados.
“Según los datos más recientes, 8.150 personas residen en 53 refugios en Halfa”, declara a la AFP Oday Mohammed, coordinador de uno de los grupos que organiza la ayuda para estos desplazados.
“Y más de 15.000 se alojan con familias locales o en apartamentos de alquiler”, añade.
– Una decisión “increíblemente difícil” –
Para Human Rights Watch, las reglas estrictas de Egipto para los visados y la lentitud en su entrega “violan los estándares internacionales, creando retrasos irrazonables y poniendo en peligro a los solicitantes de asilo”.
Además del “problema principal, que es la obtención de visas y la renovación de pasaportes”, a los desplazados en Wadi Halfa les falta de todo: “comida, medicamentos, alojamientos, cuidados”, afirma Mohammed.
Y los productos básicos tardan en llegar.
En agosto, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) constató “largas filas formadas por cientos de camiones que transportaban alimento y productos higiénicos” en el lado egipcio de la frontera, esperando para entrar a Sudán.
Al huir corriendo de Jartum bajo las bombas y el fuego cruzado, las familias tenían solo el dinero en efectivo que guardaban en casa y que rápidamente se agotó.
Ahora cuenta solo con la solidaridad de la población y la escasa ayuda humanitaria que les llega.
Aunque están en un lugar tranquilo a más de 1.000 kilómetros de Jartum, los combates que desangran la capital siguen bien presentes en su ánimo.
Siham Saleh, una periodista de 45 años, no deja de informarse de la situación escrutando las redes sociales en su teléfono.
“Marchar fue una decisión increíblemente difícil pero para nosotros, los periodistas, se volvió mucho más peligroso”, afirma.
– “Poder estar a salvo” –
Los dos generales rivales se acusan mutuamente de atacar periodistas, medios y militantes. Muchos periodistas se vieron forzados a huir y quienes se quedaron trabajan clandestinamente.
Como la reportera Saleh, más de cuatro millones de sudaneses se desplazaron en regiones al margen de la violencia, pero con condiciones de vida duras.
El conflicto diezmó una red de infraestructuras ya frágiles, provocó el cierre del 80% de hospitales del país y empujó a millones de personas “al borde de la hambruna”, según la ONU.
Además, desde el 15 de abril, la guerra provocó casi 7.500 muertos, según una estimación de la ONG Armed Conflict Location & Event Data Project.
“La gente arriesga su vida, pueden ser atacados o detenidos en cualquier momento”, dice Saleh. “Es por eso que decide marchar, con la esperanza de poder estar a salvo”.
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