Argos, de la casa de Ulises
Imagen por Behrouz Mehri / AFP
Recién acabé mi merienda matinal, unas bolitas de concentrado de salmón, cuando escuché la noticia: de la estación de Ueno, en Tokio, partieron 21 pasajeros de cuatro patas en un vagón especial, bien cómodos en sus asientos.
Se trata de un proyecto piloto de la compañía ferroviaria Shinkasen, operadora de los famosos “tren bala” que viajan a 320 km/h; para que humanos y caninos -por ahora- vayan de paseo a la ciudad turística de Karuizawa.
Por las fotos que Mi Amigo me mostró -para matarme de la envidia- iban pelando los colmillos, las orejas paradas y los bigotes al aire: chihuahuas, pomeranias, fox terrier y por supuesto un schnauzer, en los regazos de una humana.
Los equipos de higiene redoblaron esfuerzos para mantener intacta su reputación de limpieza en los trenes. Cubrieron los asientos con plásticos y colocaron purificadores de aire. Al final del viaje no quedó ni un pelo canino en el aire.
Pese a lo que digan nosotros no somos unos desgreñados; nos gusta estar limpios y acicalados, solo que dependemos de los cuidados humanos para tener los dientes sanos, la piel, las orejas, nuestros sensibles ojos y el aseo de nuestras pertenencias.
A mí me da horror ir a la peluquería. Apenas percibo que Mi Amigo me sube al carro y vamos al tal “grooming”, me da taquicardia, jadeo como un rabioso, tiemblo compulsivamente y sufro dolor de panza.
Vanessa, la peluquera, me trata con mucho cariño, me habla suavecito para tranquilizarme, pero me coloca en una jaula a la espera de la peor de mis torturas: la secadora de pelo.
Ese aparato me ocasiona pesadillas. El calorcito que sale de su boca metálica es agradable, pero el ruido, el infernal ruido estalla en mis sensibles oídos y me quiero transformar en Hulk, ese hombretón verde de las películas de fantasía.
Los humanos apenas oyen sonidos hasta los 20 mil hertzios; ni comparado a los 10 mil o 50 mil que percibimos; además, podemos escuchar a una distancia cuatro veces superior a la de cualquier sapiens. Los murciélagos captan hasta 160 mil hertzios.
Esa secadora, encima de mi piel y pegada a mis orejas, es como si estallara cada segundo una de esas bombetas de turno, que tanto me asustan en las fiestas navideñas y de fin de año.
Comprendo la preocupación de los japoneses por limpiar los asientos de pelos caninos; el cepillado diario es el primer paso para que estemos limpios, sobre todo cuando regresamos de la calle y venimos con “mozotes”, polvo y suciedad.
A principios de año el veterinario me hizo una limpieza dental profunda; también agregan un líquido a mi comida, como si fuera pasta dental, para que mis colmillos estén relucientes, tenga buen aliento y mis encías estén sanas.
Como tengo las orejas cortas, dos veces al mes, las limpian, eliminan la cera acumulada y puedo escuchar de maravilla, sobre todo esas voces graves que me llaman la atención cuando dormito en mi sillón favorito.
Una vez al mes voy a un baño general, corte de pelo, desparasitación y quedo listo para la foto; pero no me agrada que me pongan perfume.
Algún día viajaré a Japón. Subiré a ese tren bala, iré en un asiento propio, nada de jaulas o amarrado, si no con dignidad, como lo que soy: el mejor amigo de Mi Amigo.
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