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Argos, de la casa de Ulises

Ahí estaba yo.  Bien sentado; con una camisa roja y viendo a la tribu humana enloquecida, el alboroto me zumbaba en la cabeza: pitoretas, tambores, gritos, sapiens de todos los colores y tamaños, por aquí y por allá.

Y la calle, que siempre está llena de carros, ese día la invadieron las personas y pude caminar a mis anchas, bien sujeto a la correa y esquivando a todos los que -por alguna razón extraña- me querían alzar, apretar, acariciar y toquetear.

¿Qué hacía ahí?, en medio del jolgorio. Estábamos en la Fuente de la Hispanidad, y pronto me enteré que esa marea humana celebraba el triunfo de su selección y un cupo al Mundial en Qatar.

Aclaro que acepté acompañar a Mi Amigo porque siempre digo sí a callejear, pero nunca imaginé el alboroto, ni el nivel de felicidad desatado por los fanáticos del equipo nacional.

De todo lo que he visto en mis cortos dos años y medio de vida, nada se compara a eso; porque la selección es como un imán que une a todos los ticos, eleva el ánimo nacional y reactiva la economía.

La victoria del cuadro patrio -como dicen los locutores deportivos- unió a todo el país en un estallido emocional increíble; que hizo olvidar -aunque fuera por ese día- los problemas de la vida cotidiana.

Según mi perruno punto de vista, el fútbol refleja la manera de ser de cada país. Para los brasileños el juego es como un carnaval, cada jugador es un acróbata individual y vencen a sus rivales con alegría y sin avergonzarlos.

Los alemanes saltan a la cancha y machacan al contrincante con un ataque sistemático, ordenado, demoledor y que solo acaba cuando el árbitro da el pitazo final. Son inagotables.

El caso de los italianos es distinto. Son perseverantes, duros y su objetivo es exasperar al contendor, para que pierda la concentración, abandone su estilo, atacarlo en sus puntos débiles y vencerlo con jugadas muy bellas.

En el caso de los ticos siempre dejan todo para el final; en este partido quedó demostrado porque disputaron el último boleto para Qatar, sin más chance.

Un humano, por lo que me ladraron, puede variar de ideas, amigos, creencias y hasta de pareja, pero nunca cambia su amor por la camiseta nacional.

Ese día, me encontré con varios caninos, y ladramos opiniones sobre los valores del fútbol: el compañerismo, la solidaridad, el trabajo en equipo, la unión, el esfuerzo y la esperanza de que siempre se puede alcanzar el éxito.

En medio de la crisis económica la clasificación de la selección es como un aire fresco, y devuelve la confianza a los costarricenses.

Además del subidón emocional, habrá un impacto económico en las ventas de los comercios, restaurantes, tiendas y la economía en general. Me alistaré para ver el mundial y compartiré la alegría del triunfo, o la tristeza de la derrota; porque el fútbol se parece a la vida: uno nunca sabe por dónde viene el balón.

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