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Tal vez nunca existió; pero, su leyenda sí. Su nombre y aventuras están asociadas con la justicia, la generosidad, la caballerosidad y la camaradería.
Desde el siglo 12 corrió la voz de un proscrito, quien desde el bosque de Sherwood, se la ponía de cuadritos al malvado sheriff de Nottingham; amaba a Lady Marian y luchaba por su rey, Ricardo Corazón de León.
Acuerpado por su pandilla, Robin Hood se convirtió en un proscrito justiciero, algo así como un comunista medieval, porque redistribuía la riqueza; robaba a los ricos -que tenían mucho- y le daba a los pobres- quienes carecían de todo-.
Aquí no discutiremos los extremos de tan particular sentido de la ley; de todos modos, en la Edad Media la justicia se estiraba y encogía, según a quien se le aplicaba.
Destacaremos el espíritu deportivo, el humor en la derrota, y el sentido de amistad que mantenía unido a Robin con sus camaradas del bosque, y que -hoy – es tan válido como por aquellos días, sin Dios y sin ley.
En cierta ocasión, el rebelde espadachín intentaba cruzar un ancho arroyo, por encima del angosto tronco de un árbol, que lo atravesaba de un lado a otro.
Apenas puso un pie y avanzó dos pasos, cuando del otro lado apareció un gigantón, quien con el ceño fruncido y una voz de oso enfurecido, le exigió que le cediera el paso, o lo tiraría al río de un manazo.
Como a Robin nadie le daba órdenes, y menos en ese tono, lo invitó a dirimir la cuestión mediante un combate con varas, sobre el resbaloso tronco. Quien empujara al otro al agua, ganaría el derecho a seguir.
Los golpes hicieron crujir los huesos, brazos y piernas de los contendientes; Robin propinó un leñazo a su rival que lo desestabilizó. El Goliath respondió con un mandoble en la coronilla de su contrincante, y lo consumió en el agua.
“-Por San Pedro- exclamó el grandullón-, espero que no se haya hecho daño. Desde el rio, Robin le respondió: -¡A fe que no! Estoy en perfecto estado, has vencido y no necesitaré cruzar el puente”. Se arrodilló y limpió la cara con la capa.
El vencedor bajo a la orilla, ayudó a su contrincante a ponerse en pie y le ofreció disculpas por el encontronazo; también, le explicó, que no tenía hogar, ni donde pasar la noche, aparte del hambre atroz que sentía.
Compadecido, Robin sopló un cuerno y de la maleza salieron sus compinches, quienes se iban a lanzar sobre el extraño, para darle una tunda.
“-No, gritó Robin- calma muchachos. No le guardo rencor, es un sujeto honesto y valiente”. Lo invitó a unirse a la tropa y le prometió “buenos porrazos y mucha diversión”.
Los dos estrecharon las manos; el gigante le dijo que “por la tierra y por el agua, seré tu hombre”. Tan dulces palabras conmovieron a Robin, quien nombró a su rival -a pesar del enorme tamaño- “Pequeño Juan”.
Russell Crowe y Cate Blanchett en los papeles de Robin y Marian.
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