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Caballero del Domingo: ¡Luz! ¡Dadme luz!

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Imágenes tomadas de internet


La recién llegada la atrapó en sus brazos. Despertó su alma del mundo oscuro en que vivía. Ella le enseñó que todas las cosas tienen un nombre, y que cada nombre engendra un pensamiento.

El 3 de marzo de 1887, ocurrió un milagro en la vida de la pequeña Helen Keller (1880-1968). Aquella niña salvaje -sorda y ciega desde los 19 meses de edad- unió su existencia a la Anne Sullivan (1866-1936); su guía de las tinieblas a la luz.

Si la amistad es un vínculo sagrado, este es más intenso si surge entre alumno y maestro; es un hilo dorado que abarca muchas existencias. Se unen -cada cierto tiempo-, y brillan.

Una enfermedad destruyó la vista y el oído de Helen, aislándola del mundo; creció enojada con su destino, tal como relató en su autobiografía “La historia de mi vida”.

Era “salvaje y desbocada, riendo y cloqueando para expresar placer, pateando, rasguñando, emitiendo los sofocados chillidos del sordomudo para indicar lo opuesto”.

Otra mujer como ella, Anne, padeció una ceguera parcial; huérfana de madre, su papá no podía cuidarla y la envió -junto con su hermanito menor- a un hospicio de huérfanos, donde pasó la mayor parte de su niñez y juventud.

Ambas caminaron por rutas diferentes, hasta que se encontraron. Anne estudió en el Instituto Perkins para ciegos -en Boston-; aprendió una serie de técnicas para enseñar a los ciegos y sordos a leer, escribir y hablar.

“Oí pasos que se acercaban. Tendí la mano, suponiendo que era mi madre. Alguien la tomó, y me quedé atrapada en los brazos de quien había llegado para revelarme todas las cosas y, sobre todo, para amarme.”.

La maestra le regaló una muñeca y deletreó m-u-ñ-e-c-a en la palma de la mano de Hellen. Por medio del sentido del tacto, Anne contactó con la mente de la niña, y al cabo de tres años le enseñó a leer y a escribir en Braille.

Así fue como descubrió el mundo. Tocaba y olía todos los objetos a su alrededor; sentía las manos de los demás, para “ver” quiénes eran, lo qué hacían y pensaban. También imitaba sus movimientos.

Con el paso del tiempo Helen fortaleció su carácter, aumentó la fuerza de su voluntad, y consolidó su paciencia. Aprendió a leer los labios de las personas, tocándolos con sus dedos, y sintiendo el movimiento y las vibraciones.

A los 16 años ingresó a la escuela y más tarde a la universidad; se graduó con honores en la Radcliffe College, en 1904. Poseía un gran poder de concentración, una memoria prodigiosa y un gigantesco deseo de superación.

“Supe que a-g-u-a significaba esa maravillosa frescura que me roza la mano. Esa palabra viviente despertó mi alma, le dio luz, esperanza, alegría, la liberó. Había barreras, es verdad, pero barreras que podrían eliminarse con el tiempo.”

El milagro que forjó Anne con Helen fue despertar la amistad, que toca las manos, el corazón y las almas, con un canto que dura para siempre.



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