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martes, diciembre 3, 2024
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Caballero del Domingo: La ley de Lidia Poët

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Estudió derecho; se graduó con honores; venía de una familia acomodada, pero durante 36 años estuvo inhabilitada para ejercer su profesión, por una sinrazón: ser mujer.

Lidia Poët nació – el 26 de agosto de 1855- en Traverse, una aldea cercana a los Alpes italianos; sus padres Giovanni Pietro y Marianna Richard, eran unos ricos propietarios rurales.

Ella y sus tres hermanos recibieron buena educación, la adecuada para una señorita de aquellos días, en los que pocas aspiraban a una existencia más allá del hogar.

Cursó las primeras letras en el Colegio de las Señoritas de Bonneville, en Suiza; avanzó a la secundaria en la Giovanni Battista Beccaria, en Mondovi. Se graduó como maestra de escuela, y hablaba con fluidez inglés, alemán y francés.

En lugar de colgar sus títulos en la cocina, tejer escarpines y acurrucar a un marido, se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Turín, y el 17 de junio de 1881, obtuvo el diploma de abogada, la primera en Italia.

Desde aquel día comenzaron sus pleitos, porque los hombres de entonces -amparados en las leyes de siempre- le negaron el derecho a ejercer, basados en una leguleyada.

Aclaremos que Pöet no era una advenediza; presentó una tesis sobre la condición de la mujer en la sociedad, y el derecho al voto femenino. Por dos años fue asistente de un senador de la República, y asistió a juicios en los tribunales.

También aprobó los exámenes forenses -teóricos y prácticos- exigidos para incorporarse -como lo hizo el 9 de agosto de 1883- a la Orden de Abogados y Fiscales de Turín.

Ni su conocimiento, ni experiencia, ni talento, valieron ante el Fiscal General, quien apeló esa inscripción porque “ejercer la abogacía era un cargo público”, pero la ley tenía un vacío y no especificaba que una mujer podía ser abogada.

Y, como solo se puede aplicar lo que dicen las normas, Lidia quedó excluida a pesar de que: “según las leyes civiles italianas, las mujeres son ciudadanas como los hombres”.

Esta decisión alborotó el panal y suscitó un intenso debate público. Por lo menos 25 periódicos la apoyaron, y defendieron el derecho de las mujeres a ejercer cargos públicos.

Todo cambio genera incertidumbre, por eso es mejor dejar las cosas como están; así, Lidia perdió su propio caso; pero siguió en el bufete de su hermano Giovanni Enrico, aunque no podía ir a los estrados judiciales.

Defendió a los niños, a los jóvenes, a las mujeres y a los marginados; luchó por el sufragio femenino, participó en congresos en favor de los presos y buscó la igual plena ante la ley.

Al fin, el 17 de julio de 1919, cuando acabó la Primera Guerra Mundial, el gobierno promulgó una ley para permitir a las mujeres acceder a los cargos públicos, con algunas excepciones.

Conservando su dignidad, dedicada al servicio de los demás, Lidia Pöet, venció al oscurantismo, y a los fantasmas que habitan en las tinieblas de la humanidad.





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