“¡Qué lástima que no sea hombre!”, dijo su padre cuando la vio intelectualmente capaz, pero estancada por ser mujer.
Eso contó , en su libro “Mi historia”, la sufragista británica Emmeline Pankhurst (1858-1928) para evidenciar que su sexo era un lastre, y una deficiencia, en la Gran Bretaña de fines del siglo 19.
Nació en Manchester en un hogar de activistas políticos, sociales y humanitarios; sus padres eran de clase media y estaban opuestos al esclavismo.
De niña leía Women´s Suffrage, una revista con artículos sobre el voto femenino, y la defensa de sus derechos ciudadanos; a los 14 la reclutaron para la causa sufragista, y a los 20 conoció a Richard Pankhurst.
El abogado le llevaba casi 25 años; era un socialista comprometido con la causa de las mujeres. Entre ambos surgió una conexión, tanto ideológica como romántica. Criaron cinco hijas, y a los 40 años quedó viuda.
De una vez fundó la “Women´s Franchise League”, y comenzó a dar la pelea -literalmente- por el sufragio femenino, y el trato igualitario -en todos los órdenes de la vida- hacia las mujeres.
Sus tácticas sacudieron a la oscura sociedad victoriana; por la razón o la fuerza expusieron sus ideas: vidrios quebrados, protestas, huelgas de hambre, peleas callejeras con la policía, artículos en la prensa y discursos donde fuera.
Acosadas y acorraladas por las autoridades, la opinión pública se escandalizó por el trato propinado a las sufragistas, a quienes les aplicaron la ley del gato y el ratón.
El gobierno era el gato; soltaban a los ratones presos, las mujeres; cuando ya estaban recuperadas de salud, las volvían a perseguir y a encarcelar. Aún así, en 1914, la organización de Emmeline superaba los 100 mil afiliados.
“Pongamos por ejemplo a una mujer que gana un buen sueldo. Le dicen que, al convertirse en esposa y madre, deberá dejar su empleo. ¿Qué recibe a cambio?”
La legislación inglesa establecía que el marido daría alojamiento, alimento y vestimenta de “alguna clase” a su esposa; pero él decidía qué, cómo y cuándo se lo daba; administraba el dinero hogareño, y la mujer carecía de voz y voto.
Entre 1908 y 1913 Emmeline pasó largas temporadas encarcelada; recibió el mismo trato que los delincuentes comunes, y protestó con terribles huelgas de hambre.
Su labor rindió frutos porque en 1918 lograron el voto para las mujeres mayores de 30 años; murió en 1928, y ese mismo año el gobierno concedió el derecho al sufragio a las mujeres, casadas o solteras, mayores de 21 años.
¿Por qué Emmeline se convirtió en una mártir? Era una mujer fuerte, con un intelecto privilegiado; se graduó con honores en lengua y literatura inglesa en Oxford.
En una carta escrita desde la cárcel explicó: lo hago por las damas de alcurnia, por las panaderas, las molineras y las amas de casa, cuyos maridos ganas apenas unos centavos.
“Los hombres no nos han ayudado nunca y tampoco lo van a hacer ahora, al menos no de buena gana.”
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